Editorial-El Correo

  • La discordia entre Podemos, ERC y Junts por el pacto migratorio debilita más a Sánchez y amenaza con alimentar las posiciones ultra en Cataluña

El bloque de investidura ha entrado en una etapa de discordia sin precedentes en lo que va de legislatura por el enconado pulso que libran los socios del Gobierno de Pedro Sánchez, en una especie de guerra de desgaste de todos contra todos. La precaria unidad ha saltado por los aires debido a las discrepancias manifestadas en el pacto migratorio con Cataluña que presentaban el PSOE y Junts, tumbado en el Congreso. El tradicional toma y daca entre las fuerzas de izquierda y derecha que sostienen a Sánchez, aflorado cuando abordan asuntos ideológicos sensibles como la economía, ha derivado en esta ocasión en un choque de nuevo cuño. Dentro del independentismo catalán, Gabriel Rufián (ERC) y Míriam Nogueras (Junts) son las caras de un agrio duelo por conectar con la sociedad catalana siendo a la vez aliados del Ejecutivo español. La hostilidad es total entre Podemos y el partido de Carles Puigdemont tras el fracaso de la transferencia migratoria a la Generalitat, con acusaciones de «racismo» de los morados a los posconvergentes. Sumar también se ha roto, con significativos desmarques.

El bloque de investidura ha reventado en la ley de inmigración y su onda expansiva ha llegado hasta la bronca por los clamorosos fallos en las pulseras antimaltrato -la abstención de ERC y Junts, entre otros, permitió la reprobación de la ministra de Igualdad, Ana Redondo-. Sería un error que Sánchez afrontase esta confrontación entre sus aliados como una oportunidad para beneficiarse electoralmente de la erosión ajena. El conflicto solo acabará debilitando una legislatura que, con esta pugna, ve alejarse cualquier posibilidad de aprobar unos nuevos Presupuestos.

Las cesiones del presidente al independentismo catalán, incluso incumpliendo la palabra dada, para aplacar el fervor por las urnas tras el procés abrieron una etapa de calma, que ha permitido a Salvador Illa auparse a la Generalitat. Pero la frustración se agrava en el soberanismo, especialmente en las filas de un Puigdemont huido en Bélgica, por la falta de resultados efectivos que cumplan las elevadas expectativas creadas en su electorado. La guerra entre ERC y Junts puede tener el efecto pernicioso de alimentar las posiciones ultra en Cataluña. Si aumenta el descontento por una supuesta desigualdad, la ansiada convivencia se verá zarandeada por el creciente ascenso de Alianza Catalana, la formación que lidera Silvia Orriols bajo la bandera estelada de la ruptura con España, la sublimación de la identidad y la xenofobia.