JON JUARISTI – ABC
· Hay misiles norcoreanos y misiles que apuntan al corazón del mal
EN la isla de Guam se habla, además del inglés, una especie de vascuence local, o sea, una lengua mixta, con un vocabulario que en más de su mitad viene del español de los antiguos colonizadores. Este fondo léxico, con algunas características fonológicas y morfológicas asimismo hispanas, aparece encastrado en un fondo austronesio, de la familia lingüística malaya. Se trata del chamorro, una de las lenguas criollas de la Oceanía colonizada por los españoles en el siglo XVI.
En las Marianas y en Guam quedan unos cincuenta mil hablantes de chamorro, cuya práctica totalidad habla también inglés. Una población, por tanto, considerablemente menor que la de los hablantes de chabacano, la otra lengua criolla de la antigua Oceanía española, unos seiscientos mil en Luzón y Mindanao, demografía lingüística que se acerca bastante más a la del vasco. Mi amigo Rafael Rodríguez Ponga –la mayor autoridad académica española en el chamorro– sostiene que este constituye una lengua mixta, como el papiamento, y como lo que debió de ser el eusquera en sus orígenes, una mezcla de lo que los lingüistas conocen como el antiguo aquitano y el latín de las legiones de Sertorio, Pompeyo y César.
Pues bien, los hablantes de chamorro de Guam, y los de inglés, todos ellos estadounidenses, pueden ser borrados de la existencia por un par de misiles norcoreanos, obviamente nucleares. Con esto amenaza Kim Jong-un, pepona criminal que disfruta achicharrando a sus esclavos con lanzallamas. Como es sabido, Donald Trump le ha prometido que, si lo intenta, arrasará Corea del Norte. No sólo Pyongyang. Y también le ha sobrado a Trump decir que lo hará con armamento nuclear. No parece que piense en cañoneras ni en marines.
De momento, hasta los más feroces detractores del presidente norteamericano tendrán que convenir que existe una asimetría moral entre él y el bocazas comunista. Hasta la fecha, Trump no ha matado a nadie, ni ha secuestrado japoneses ni surcoreanos. Que haya ido elevando el tono en sus réplicas a Kim Jong-un y que no se calle es una cosa, pero no es Trump quien ha empezado anunciado su intención de masacrar a nadie. Da igual: los medios de comunicación europeos y buena parte de los de Estados Unidos ya lo han condenado y lo responsabilizan de una escalada de la tensión que sólo se traducirá en una catástrofe real si –y sólo si– los norcoreanos lanzan sus misiles contra Guam.
Lo que entra dentro de lo posible. La ilusión de omnipotencia, la disonancia cognitiva y la confianza estúpida en el propio arsenal, que según los propios historiadores militares norteamericanos se hallaron entre las principales causas del fracaso estadounidense en Vietnam, caracterizan hoy, unilateralmente, al dictador norcoreano. Y a estos factores se añade otro fundamental: la concurrencia del comunismo, una ideología asesina, tanto o más letal que el nazismo y el islam integrista. Es decir, una ideología que exige destrucción y muerte como condición de su éxito.
Este agosto de 2017 no es el agosto de 1914, aquel del súbito desmoronamiento de la diplomacia europea. Pero si se llegara a producir el ataque a Guam, si Kim Jong-un cumpliera su amenaza de volatilizar a los hablantes de chamorro y de inglés de la isla, entonces comprobaríamos que las decisiones de responder a un ataque de esas características y de iniciar una guerra global contra una potencia nuclear no se someterían a control democrático alguno. No lo permitiría la perentoriedad de la respuesta. Tal situación sería, por supuesto, terrible, pero es ya perfectamente imaginable. Un verdadero reto moral para aquellos que todavía no quieren enterarse de que hay misiles y misiles.