Tonia Etxarri-El Correo

Ante el jefe del Estado y sobre un ejemplar de la Carta Magna. Así suelen ser las promesas del cargo de los presidentes de Gobierno de este país. Con símbolos religiosos o sin ellos, todos se comprometen a mantener lealtad al Rey y a cumplir y hacer cumplir la Constitución. Si se destaca con mayor énfasis el acto protocolario de ayer es porque Pedro Sánchez va a presidir un Gobierno de coalición que tiene como socios y aliados a partidos que reniegan del espíritu de la Transición y son contrarios a la Corona. Pedro presidirá un Gobierno conseguido por el estrecho margen de dos votos en el Congreso. Y comunicará sus nombramientos cuando crea conveniente. La impaciencia de Iglesias por verse con el oropel del Gobierno había mutado en ansiedad. Y se permitió filtrar los nombres de ‘sus’ ministrables. Trifulcas de ambiciones. Juego de tronos. Como bromeó el Rey a Sánchez: «El dolor viene después».

Lo cierto es que existen motivos para la preocupación. Además de los avances de los planes de gobierno suscritos entre el PSOE y Podemos, ahí está la espada de ERC. La presión de EH Bildu va de comparsa. Hubo quienes se ofendieron cuando escribimos que a Junqueras no le importaba la estabilidad del Gobierno de España. Pero ésa es la realidad confirmada por sus propios parlamentarios. Quienes conspiraron contra la Constitución dejaron grabadas sus exigencias desde la tribuna del Congreso. Derecho de autodeterminación. Referéndum en Cataluña. Mesa entre gobiernos. Amnistía. Una bicoca. Una patada a la Constitución.

Vimos en la sesión de investidura a un Parlamento dividido en dos bloques que no se soportan. Esos dos bandos de la Guerra Civil que la Transición había logrado difuminar en la reconciliación y el consenso. Han vuelto a brotar. ¿Eso es progreso o regresión?

Sánchez ha hablado de moderación. Con el Congreso enfrentado, para recomponer los puentes rotos tendrán que hacer algo más que atribuir a los demás la causa de todos los males. La oposición sobreactuó en algún momento de la sesión de investidura. Pero la concordia y la sensatez que Alfonso Alonso le reclama al PP, con buen criterio, no puede confundirse con el asentimiento y la anulación de la crítica. Sánchez tendría que dar una vuelta a sus propias palabras de otros tiempos y aceptar que el centro derecha, aquí y en muchos países europeos, es democrático. Si sigue manteniendo que todos los que no le apoyan (la mitad del Congreso) no son demócratas, no empezará bien. Tenemos Gobierno. Tan legítimo como frágil.