Guerra de monstruos

GABRIEL ALBIAC – ABC – 14/04/16

· Un pésimo que se atiene al genocidio sobre su territorio: Assad. Un pésimo que prioriza asesinar sobre Europa: Daesh.

Consuela imaginar que donde hay malo hay bueno. O que podría haberlo. Es la trampa última del angelismo. Pero a lo malo puede oponerse lo igualmente malo. O aun lo peor. Y las apuestas más erradas, en los grandes conflictos, vienen de suponer que el enemigo de un genocida debe necesariamente ser un sujeto éticamente loable. Lo común es que sea otro genocida.

Sobre Siria, cruzan armas hoy media docena de milicias de muy diverso peso. Por un lado, una dinastía de dictadores inhumanos, los Assad. Frente a ella, en pie de igualdad, tanto en armamento cuanto en barbarie, una nebulosa de fuerzas yihadistas: desde el germinal Estado puesto en pie por Daesh sobre el territorio que Obama le regaló al retirar sus tropas, hasta la última pervivencia sólida de Al-Qaeda en el Cercano Oriente; en medio, una maraña de pequeños grupos que se componen y descomponen en torno a los dos grandes y buscan competir con ellos en lo sanguinario. Y, frente a ambos, a Assad y al yihadismo, una inestable red de ejércitos opositores, enemigos por igual de la vieja dictadura baazista y del emergente Califato; su operatividad autónoma parece muy dudosa.

–Assad es un monstruo. Como lo fue su padre. Con esa monstruosidad pragmática de los grandes dictadores. Su partido, el Baaz, había nacido, al inicio de los años cuarenta, como sección árabe del nacional-socialismo alemán. Eran los tiempos en que el Gran Muftí de Jerusalén se declaraba ferviente admirador del Adolf Hitler a sueldo del cual acabaría por instalarse en Berlín cuando las cosas se pusieron duras. Y fue el mismo Muftí Al-Huseini uno de los primeros financiadores del partido Baaz en Irak y Siria. Desde 1971, cuando tomó definitivamente el poder en Damasco, Hafed al-Assad proclamó su continuidad con el proyecto de exterminar al pueblo judío.

Es una mitología que allí funciona siempre. Cuando los equilibrios de la guerra fría le aconsejen acogerse a tutela soviética, esa judeofobia será garantía de continuidad simbólica con el viejo panarabismo de los padres fundadores. Aunque, ya a esas alturas, a Assad sólo le preocupaba el control indiscutido de una autocracia que transmitir a su linaje. Así se hizo en 2002. Bashar sucedió a Hafed. El tirano había muerto, ¡larga vida al tirano!

–Daesh es un monstruo. Como lo fue su matricial Al-Qaeda, con la cual ahora compite en fidelidad a la estricta aplicación de la ley coránica. Proclamado Califa, su máximo dirigente, Abu Bakr alBaghdadí, ha llevado la aplicación de la sharía al nivel más loco de cuantos hemos conocido en estos quince años de islamismo bélico con que se ha abierto el siglo XXI: ejecuciones masivas de oponentes militares, políticos o religiosos, por el humanitario procedimiento de la cremación en jaulas, el ahogamiento, el degüello…, siempre en tono de espectáculo, filmado y luego transmitido por las redes sociales; restablecimiento de una esclavitud, con precios regulados por los imanes locales, que afecta, sobre todo, a las mujeres no musulmanas que se capturen en su territorio: 138 euros por las menores de 10 años, 104 por las que no lleguen a los 30, 52 si los sobrepasan, 35 por las cuadragenarias…; genocidio de cristianos y yazidíes.

Assad extermina. Daesh extermina. Con crueldades paralelas. En Siria no hay buenos y malos. Ni siquiera malos y peores. Sólo pésimos. Un pésimo que se atiene al genocidio sobre su territorio: Assad. Un pésimo que prioriza asesinar sobre Europa: Daesh. Es la única distinción. ¿Trivial? Puede.

GABRIEL ALBIAC – ABC – 14/04/16