López no quiere ni oír hablar de alianzas con los populares. Solía contar Mario Onaindia lo mucho que le costaba que sus amigos progresistas de otras comunidades entendieran que, para luchar contra el terrorismo y el fanatismo, era imprescindible coincidir con el PP en una tierra en donde ha habido persecución ideológica hasta la muerte.
Suele ocurrir, especialmente en el País Vasco, que cada vez que nos sometemos a un proceso electoral, nuestros políticos dicen que «ésta es la definitiva». Hay que reconocer que la alternancia, después de 25 años de nacionalismo en el Gobierno, cuesta llegar a Euskadi. Pero ha habido cambios notables en esta legislatura. La pérdida de influencia de ETA gracias a la persecución policial y política (la unión del PP y PSOE fue decisiva para hacer cumplir la legalidad democrática, sin trampa ni cartón) es un factor novedoso en estos comicios.
Será difícil que el nacionalismo, que seguramente se verá beneficiado de las dificultades electorales de Batasuna, pierda el Gobierno. Pero lo que parece claro es que no está todo dicho de antemano. A pesar de que Ibarretxe lleve todo el año diciendo que la fórmula del tripartito le ha dado tantas satisfacciones que, si puede, repite. Una declaración que, por cierto, incomoda a un Madrazo oportunista que, en tiempos de contienda, se limita a decir que entre él y el lehendakari solo existe una buena amistad. Al lehendakari nacionalista le dá igual. Él sigue con la apuesta por su tripartito. Y más. Con su partido radicalizado hacia el independentismo, ya ni guarda las formas a la hora de beneficiarse de los frutos del entorno de Batasuna y está dispuesto a decir que se cree todo lo que le digan desde Aukera Guztiak. Da más crédito a su palabra que a la de los jueces. Una actitud nada nueva, si recordamos la reacción del PNV en el Parlamento cuando el Tribunal Supremo le ordenaba disolver el grupo de Otegi (qué ingenuo quedó, por cierto, el socialista Blanco al exigir a Ibarretxe que acate la decisión judicial).
Está, en fin, el río revuelto, y el lehendakari ha salido a pescar. Pero no las tiene todas consigo ante las novedades de esta cita electoral. Y, por si acaso, se marca una novedad en las costumbres de los candidatos a lehendakari en una campaña: habrá debate en televisión. Y no entre siete, no. Cuatro; solo cuatro. Ibarretxe, Madrazo (qué oportunidad para desmarcarse de los herederos de Sabino Arana con quienes ha gobernado), San Gil y López. Estos dos candidatos tienen un problema en relación con los nacionalistas. La candidata del PP quiere alianzas con los socialistas. Pero López no quiere ni oír hablar de ello. Solía contar Mario Onaindia lo mucho que le costaba que sus amigos progresistas de otras comunidades entendieran que, para luchar contra el terrorismo y el fanatismo, era imprescindible coincidir con el PP en una tierra en donde ha habido persecución ideológica hasta la muerte. Zapatero y Patxi López han descartado gobernar con el PNV tras las elecciones. Lo dicen, aunque no lo proclaman ni se pierden en detalles.
Los socialistas tienen ese tendón de Aquiles: que a la hora de hablar de alianzas, la afición no los ve claros. Tampoco transmite una imagen pragmática decir que quieren gobernar con apoyos exteriores. Quien sabe de cálculos electorales como Alfonso Guerra ha dicho que, si se piensa en una alternativa real al nacionalismo, hay que gobernar con fuerzas defensoras de la Constitución y el Estatuto. A Jáuregui no le suena mal un Gobierno de alternancia PSE-PP. Los socialistas vascos, en una revisión de su táctica electoral del 2001, no quiere abrir ninguna puerta a las alianzas. Tampoco deberían cerrarlas.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 30/3/2005