Hoy toca hablar de Alfonso Guerra. Los lectores que tengan una edad recordarán sin duda la foto del Palace la noche del 28-O de 1982. El par director, como llamaba a esta pareja Julio Cerón, se asomaba a una ventana del hotel con los ojos encendidos. Felipe sostenía una rosa en la mano izquierda. La derecha se la sujetaba en alto Alfonso Guerra.

Alfonso fue durante años el alter ego de Felipe, su mano derecha en Suresnes, cuando los jóvenes del interior descabalgaron al viejo PSOE del exilio, a los históricos que dirigía Rodolfo Llopis. El propio Guerra blasonó de haber diseñado la hoja de ruta del PSOE en una pizarra en el municipio citado, lo que a un servidor le puso fácil el acuñar que el futuro de los socialistas fue lo que a Alfonso Guerra le salió del pizarrín en Suresnes.

El día en que se descubrió el caso de Juan Guerra y nos enteramos de que el hermano del vicepresidente del Gobierno ocupaba un despacho en la Delegación del Gobierno en Andalucía sin tener cargo que lo justificara, recuerdo que un socialista decente, que también los hay, me decía: “Alfonso Guerra seguro que no sabe nada de esto”, a lo que yo repliqué con rara intuición: El problema no es lo que supiera Alfonso Guerra, sino que el delegado del Gobierno en Sevilla, Leocadio Marín, creo que era, no se creyese autorizado a echar a aquel intruso, para después llamar al vice y explicarle el caso.

Recordarán también que Felipe reaccionó ante el escándalo mediático, diciendo que si querían la cabeza de su vicepresidente “por el precio de uno tendrán dos”. Luego debió de pensar que si podemos calmarles con uno para qué vamos a sacrificar a dos.

Quede constancia de que durante mi paso por la socialdemocracia nunca me definí como guerrista. Mis amigos me tildaban de felipista melancólico, calificación que siempre he considerado razonablemente ajustada a mi carácter. Pero Guerra, que tenía un don especial para el insulto, rara habilidad en la que solo podría competir con él Federico Jiménez Losantos, también sabía ponerse en el lugar que le correspondía, aunque no siempre arrastraba consigo al partido, y no porque tuviese que doblarle el pulso a Felipe González. Recuérdese cuando prometió la ruptura de su Grupo Parlamentario mediante el voto negativo al Estatut al frente de los 40 diputados guerristas. No le siguió ni uno.

No solo con Zapatero. Ha vuelto a pasarle con Pedro Sánchez, con su crítica justísima al abaratamiento del delito de sedición. El Tribunal Supremo y este diario destacaban ayer que la Unión Europea castiga la sedición con penas más altas y citaban como ejemplos Alemania, Francia e Italia. El País y la ministra Llop citan esos mismos países como ejemplo de legislaciones con penas más bajas para el mismo delito.

Quizá por eso, el sanchismo ha borrado a Alfonso Guerra del mundo de los vivos en la celebración del aniversario histórico de aquellos 202 diputados, lo que dice más y peor de Sánchez y su chusma que de Guerra. Y dice lo peor de Felipe González, tan prisionero de su rencor pequeño, tan incapaz de reclamar respeto para los hechos. El cargo de Guerra lo han ejercido con Sánchez Adriana Lastra y Mª Jesús  Montero, no digo más.

No es el secretario general, es el PSOE. Pedro Sánchez y Felipe González han convertido a Alfonso Guerra en el Hu Jintao de la España socialista.