JON JUARISTI-ABC

  • Desde hace más de un siglo, la izquierda es abierta o solapadamente refractaria a cualquier política efectiva de defensa nacional

Resulta que la guerra de Ucrania está haciendo que la Unión Europea se plantee la necesidad de recuperar, en los países donde dejó de estar vigente, el servicio militar obligatorio. Creíamos que las guerras posmodernas se iban a librar entre escasos combatientes profesionales dotados de armamento interestelar, y he aquí que no, que va fundamentalmente de tanques y de infantería que muere como en tiempos de Napoleón I, chapoteando en barro y sangre. También hay aviación y drones y misiles sofisticadísimos, pero, pese al terror que producen en la población de áreas urbanas, cuyas ciudades destruyen como en la Segunda Guerra Mundial, lo determinante sigue estando aún en el número de combatientes movilizados y movilizables.

El Ejército no fue, en la España del siglo XX, una institución popular. Su imagen en la cultura de masas, ya durante el franquismo, comenzó a incurrir desde muy pronto en la caricatura grotesca. Pero las ‘Historias de la puta mili’, de Ivá, con el sargento Arensivia y sus mesnadas caóticas de quintos fumadísimos, son ya de las postrimerías de la susodicha, entre 1986 y 1994, años de apogeo del felipismo. Mayor influencia tuvieron en su desgaste los monólogos de Gila y otros productos bienquistos por el régimen, como ‘Recluta con niño’ o ‘Cateto a babor’.

La izquierda española, en general, fue feroz y unánimemente antimilitarista desde la guerra de Cuba, con lo que no es de extrañar que perdiera la última civil. Sin embargo, el Ejército nacional había nacido del pueblo en la guerra que este sostuvo contra los franceses, y fue bastante querido por las clases más humildes a lo largo del XIX. Los que hicimos la mili en pleno franquismo todavía salmodiábamos en las clases teóricas aquello de que «el Ejército es el pueblo en armas para la defensa de la nación», definición que venía directamente del liberalismo revolucionario de Cádiz. Pero, entre los intelectuales antifranquistas, el único que se atrevió a defender la necesidad del ejército nacional fue Rafael Sánchez Ferlosio, en su ‘Campo de Marte’, que se publicó el mismo año en que aparecieron las primeras entregas de la puta mili de Ivá. Ferlosio, por cierto, había hecho la suya en Regulares.

No creo que la izquierda española ni sus adláteres secesionistas sean muy entusiastas de la restauración de la mili obligatoria. Intuyen que, cuando la cuestión se tenga que plantear con verdadera urgencia, será la derecha la que se ocupe de hacerlo, desprestigiándose inevitablemente al defender una causa impopular. Defensa nacional y nacionalismo de ultraderecha han sido siempre sinónimos en la retórica de la Zurda. De ahí el escaqueo del Gobierno en la visita del Rey a las unidades españolas de la OTAN en el Báltico, que no están allí con fines humanitarios, sino claramente disuasorios.