IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Las mayorías sociales españolas son eclécticas y se espantan con los discursos estridentes y el fragor de las motosierras

En España existe una mayoría (relativa) de ciudadanos que se autodefinen de centro-izquierda. El segundo grupo más numeroso se identifica como centro-derecha. Esto es una evidencia sociológica que además coincide con el amplio peso parlamentario de los dos partidos que representan esos dos espacios ideológicos, al menos tal como los perciben los votantes; por más que el PSOE de Sánchez haya abandonado en la práctica la transversalidad constitucionalista, su electorado lo sigue viendo como un pilar orgánico del bipartidismo instaurado en la transición democrática. Lo que los resultados electorales demuestran es que el PP ha logrado alzarse como primera fuerza gracias a la absorción de Ciudadanos, una formación basculante que aspiraba a encarnar un liberalismo reformista dispuesto, como una suerte de brigada de ‘cascos azules’, a construir puentes entre las dos grandes tendencias. Otra cosa es que lo consiguiera.

Los combatientes de la llamada ‘guerra cultural’, casi siempre reducida a escaramuzas de improperios, parecen muy numerosos en la realidad aumentada de las redes sociales, cuyos algoritmos de afinidad retroalimentan el espejismo político conocido como «la cámara de eco». Al sanchismo le interesa inflar esa burbuja artificial para apuntalar sus opciones de supervivencia, aliado para compensar el abandono de la centralidad con los separatismos y otras formaciones situadas extramuros del sistema. La derecha no tiene esa posibilidad, ni sería deseable que la tuviera porque su esencia consiste precisamente en la estabilidad institucional y los deslizamientos hacia la radicalidad le perjudican. También la división, la fragmentación en escisiones continuas cada vez más sesgadas, estridentes y extremistas, un proceso estimulado por el adversario –divide y vencerás– gracias a su contrastado dominio de la conversación pública y su no menos patente hegemonía propagandística.

Figuras como Milei pueden enardecer a sectores ya convencidos para quienes su altisonante bizarría dialéctica actúa como un factor de autoconfirmación y desahogo. Pero su éxito procede de la desesperación de una sociedad destruida como es la argentina, donde sus medidas de choque han levantado algunas cifras macroeconómicas hundidas en la catástrofe peronista. El discurso anarco-liberal chirría frente al consenso estructural europeo, levantado sobre el capitalismo compasivo y un estado de bienestar cuyos fundamentos han dejado de pertenecer exclusivamente a la socialdemocracia. Agitar ése u otros espantajos similares sólo sirve para desplazar al centro-derecha del consenso ecléctico donde se asienta su fortaleza estratégica; por cada voto ya asegurado que atornilla se movilizan en sentido contrario dos indecisos espantados ante el ruido de la ‘motosierra’. El fragor de las guerras culturales conduce a derrotas electorales recibidas con cara de sorpresa.