Luis Ventoso-El Debate
  • Triste historia la de tantos barones socialistas y ministros del PSOE que acabaron aceptado unas políticas que en su fuero interno detestaban

Algunas citas sobadas tienen tantos padres que al final no tienen ninguno (o se atribuyen a Churchill, que cuela para todo). Una de ellas es la que reza que «la política es el arte de lo posible», frase que ha sido endosada a Aristóteles, Maquiavelo, Leibniz, Bismarck (y sí, también a Churchill, of course).

Esa máxima es realista, pues la condición humana es realmente así: limitada, falible. Pero siempre me ha parecido un tanto cínica, pues asume de manera ufana la renuncia a buscar lo óptimo. Es además un aserto un poco marianesco, ya saben: «Uf, meterse ahí es un lío morrocotudo…».

Se ha muerto Guillermo Fernández Vara, por desgracia con solo 66 años, aunque como creyente católico que era se marchó con el inmenso consuelo de que ya está con Dios. Al extremeño Vara lo que le salía de dentro de manera espontánea era lo normal, un elemental patriotismo español, por eso no cabe duda de que las tropelías de Sánchez le desagradaban profundamente.

En la primera fase del sanchismo, Vara se atrevió a levantar la voz y criticó con dignidad los infames acuerdos de Sánchez con el partido de ETA (posicionamiento por el que el presidente lo tachó de «petardo» e «impresentable», según sabemos por los mensajes de Ábalos). Cuando llegaron los indultos, Vara todavía se mantuvo en su sitio y los afeó, lo cual resultaba coherente con toda su trayectoria previa. Pero el sanchismo resultó mucho bicho para él y solo unos meses más tarde ya daba por bueno que se indultase a los autores del golpe de 2017.

Cuando Sánchez nos hizo tragar la siguiente taza de caldo inconstitucional y rompió la unidad de los españoles ante la ley con la amnistía, Vara ya estaba entrenado en el amargo arte de comulgar con ruedas de molino. Lo dio por bueno con este peregrino argumento: «España consigue que los que antes querían romperla, ahora se sumen a hacer posible su futuro». Un razonamiento que no se sostiene, pues los separatistas catalanes mantienen su rechazo militante a España, su objetivo de romperla y su desprecio absoluto a nuestros problemas (véase su lacerante indiferencia cuando el Oeste del país ardía en agosto de modo dramático).

Vara era un hombre amable, con el que se podía hablar y que no empalagaba con el catecismo pegajoso e intrusivo del sanchismo. Pero al final, por lo que sea –y no es esta la hora de los reproches–, no se atrevió a dar el do de pecho contra unas políticas que en su fuero interno le repugnaban. Entre su conciencia y formar parte de la familia del PSOE, Vara eligió poner sordina a la primera para no ser expulsado de la segunda.

El único barón que realmente estuvo en su sitio fue Lambán. Nunca se arrugó. Resultaba emocionante verlo partiéndose la cara con Sánchez en nombre de sus principios cuando ya estaba agonizando. Lo pagó con el desprecio cruel de su partido, por supuesto. El funeral de Vara ha reunido a la cúpula del PSOE. La despedida a Lambán fue una colección de ausencias, que insultaban a su honesta memoria. En cuanto a lo de Page, meros pellizcos. Se agradecen sus buenas palabras en defensa de la unidad nacional y su cordura dialéctica. Pero al final jamás se ha atrevido a activar ninguna medida concreta para intentar poner trabas a Sánchez.

Triste historia la de tantos barones y ministros que han guardado su conciencia en un cajón para mantener sus canonjías. Ese juez que luchó contra ETA jugándose la vida y que ahora aplaude los acuerdos de su jefe con el partido sucesor de la banda terrorista. Esa eximia jurista que tras un breve amago de silencio y duda siempre acaba diciendo amén a todos los desafueros de Sánchez, pues le chifla el coche oficial. Ese presidente asturiano que se pone estupendo en defensa de su tierra… para al final no atreverse a decir ni pío cuando Sánchez se rinde a los separatistas con acuerdos que suponen un agravio para Asturias (y para el resto de las regiones que no sean las dos del privilegio).

Curioso el artículo que le ha dedicado Sánchez a Vara en el Pravda, donde una persona que niega la existencia de todo hecho trascendente elogia «la grandeza espiritual» del finado y donde un dirigente que es epítome de la amoralidad táctica se atreve a erigirse en árbitro de la categoría moral de los demás ensalzando «la profunda talla humana» de aquel al que en privado tachaba de «impresentable». Roza ya el choteo cuando escribe que Vara «trabajó sin descanso para unir a la España plural y diversa». Sí, Pedro, el país unido que tú quieres centrifugar para crear una suerte de difusa entelequia confederal con dos estados asociados, Cataluña y el País Vasco (en tu jerga, Catalunya y Euskadi).

En efecto, la política es el arte de lo posible. Por desgracia.