EL MUNDO – 05/02/16 – JORGE BUSTOS
· Al final del libro de Ignatieff que me regaló don Mariano, el fracasado político canadiense que tanto había criticado el partidismo desde el burladero académico confiesa haber aprendido, tras desangrarse en la arena, que el partidismo es necesario. Lo que el votante ilustrado considera sectarismo, juramento de fratría, lealtad siciliana, teatro cainita más o menos sobreactuado resulta que es fundamental para articular la democracia representativa, pues la alternativa es el partido único: el totalitarismo.
Ninguno de los tres primeros partidos ha pensado en otra cosa durante los últimos 50 días que en la supervivencia de su sigla o la mejora de su expectativa electoral, y si excluyo a C’s de ese trío de la bencina y su política de tierra quemada es solo porque la originalidad naranja consiste precisamente en que su interés particular –exhibir músculo negociador– coincide con el general en una coyuntura de bloqueo. Rivera es el único líder que gana cuando cede (acordar es ceder) porque está libre de hipotecas periféricas, de baronías vigilantes y de mochilas corruptas.
Pero vengo a decir que el egoísmo partidista es tan natural en política como el instinto monopolístico en la empresa o el hambre de exclusiva en el periodismo. Un periodista cabal no regala una primicia a la competencia aunque sepa que la va a contar mejor, igual que ningún Rajoy se abstiene en favor de un Sánchez aunque sepa que concita más apoyos. Los periódicos ambicionamos monopolizar la noticia como los partidos el BOE: se trata de que el bien común conecte de vez en cuando una medida inteligente con un respaldo amplio y una cobertura responsable.
Lo patético de esta lucha por el poder a la que asistimos bajo los azucarados pretextos de la estabilidad de España o la calefacción de los pobres no es que nos encadene al bucle de la vetocracia: es que ni siquiera un CIS casi clónico del 20-D parece capaz de obligar a los partidos a deponer su intolerancia. Repetir elecciones no va a alterar la correlación de fuerzas, porque lo que pierda el PSOE lo ganará Podemos, con lo que sería Sánchez el que exigiría la vicepresidencia a Iglesias a cambio del sí, y lo poco que sube el PP –y eso antes de Taula– lo saca apenas de su único socio confesable, C’s. Señores: o aprenden ustedes a pactar como hicieron sus papás o restauramos la monarquía absoluta y que Felipe VI retorne a Flandes a pelear los presupuestos.
En una época en que el poder fáctico no da para mandar un tercio contra los flamencos ni para devaluar el maravedí, sino que interpreta bajo la máscara propia un guión escrito por la troika, no se comprende tanto deseo entre nuestras rogelias por dejarse meter la mano de Mari Carmen; o sea, Lagarde. Lo cual, ojo, me parece una bendición histórica: nada más peligroso que un monigote autónomo, tipo Tsipras I o aquel ZP a Solbes: «Pedro, no me digas que no tenemos dinero para hacer política». Luego vino lo que vino. Lo que viene.
Entretanto el guiñol debe continuar. Hay más ruedas de prensa que nunca, unas dentro de otras. Incluso se dan casos de bilocación en que el Iglesias socialdemócrata matiza entre susurros al Iglesias chavista que se desgañita en la sala contigua. Tras el barbecho mediático del marianismo, nuestras tragaderas carecen del drenaje óptimo para distinguir el postureo de la mera sandez. Si la transparencia es proporcional a la inacción, vuelva a nosotros el secretismo de reservado, claustros de la alta política donde se escribió la Constitución y tiene toda la pinta de que se escribirá la siguiente.
EL MUNDO – 05/02/16 – JORGE BUSTOS