LUIS HARANBURU ALTUNA-El Correo
Lo asombroso es que los líderes del PNV secunden una iniciativa que la mayoría de sus votantes rechaza
Muchos andaluces acuden de romería a la aldea del Rocío para saltar la verja de la iglesia que acoge a la virgen del mismo nombre. Es una romería festiva e identitaria, donde los rocieros se sienten pertenecientes al linaje de hombres y mujeres capaces de saltar cualquier verja que se tercie con tal de agradar a su virgen. Los catalanes tienen también sus romerías político-religiosas en las que despliegan imaginativas coreografías. La Diada de Sant Jordi se ha erigido en la fecha identitaria por antonomasia, en la que los nacionalistas celebran su pertenencia al linaje perdedor de todas las batallas. Los vascos no podíamos ser menos y hemos sustituido aquellas entrañables romerías al pie de la cruz del Gorbea o del Ernio por otras celebraciones identitarias que jalonan el calendario soberanista vasco. El día del Ibilaldia, Nafarroa Oinez, Kilometroak, Herri Urrats, Korrika o las recientes romerías votivas organizadas por Gure Esku Dago se han convertido en otras tantas romerías político-religiosas que cumplen la función de aglutinar al pueblo creyente del soberanismo. El carácter festivo y reivindicativo de esas concentraciones indica que nos hallamos ante ‘celebraciones’ de carácter litúrgico que tienen en la soberanía el cielo de sus afanes.
El nacionalismo vasco ha establecido un calendario litúrgico que, a lo largo de todo el año, trata de mantener movilizada a una parte de la población. Es la concepción del pueblo en marcha la que inspira las diversas romerías y concentraciones que conservan viva la llama de la causa vasca. El pueblo que camina por el desierto de la opresión nacional rememora la gesta del pueblo judío que inició su Éxodo en busca de la tierra prometida. Las mencionadas romerías tienen lugar el domingo y sustituyen con ventaja al antiguo precepto dominical al que los ahora romeros acudían antaño puntuales.
Definitivamente, la religión política del soberanismo ha ocupado el lugar del nacionalcatolicismo del que los vascos fuimos acérrimos devotos. El viejo lema de ‘euskaldun fededun’ (vasco creyente) lo hemos sustituido por el de ‘euskaldun gogodun’ (vasco voluntarioso).
En efecto, el mensaje del movimiento Gure Esku Dago se centra en la predicación acerca de la capacidad soberana de la voluntad para lograr todo aquello que se nos antoje. ¿Por qué no lograr la independencia de Euskal Herria si de verdad lo deseamos? La voluntad no tiene límites y la democracia no es sino el logro de nuestra soberana voluntad: este es el mensaje simple y expeditivo que se pretende legitimar mediante prédicas y convocatorias. El voluntarismo como enseña y bandera del soberanismo pretende obviar la obstinada realidad de una sociedad entre cuyas prioridades no figura la autodeterminación ni el secesionismo. Reiteradas y contrastadas encuestas demuestran que la ‘voluntad de decidir’ apenas interesa a una cuarta parte de la población vasca y que incluso no convence a una buena parte de la comunidad nacionalista. Es entre los miembros de la izquierda abertzale donde más partidarios reúne la autodeterminación, mientras que la gran mayoría del nacionalismo moderado pasa totalmente del tema. Lo asombroso, con todo, es que los líderes del PNV secunden una iniciativa que la mayoría de sus votantes rechaza. Es como si trataran de demostrar que, a pesar de su pragmática gobernanza, siguen creyendo en los obsoletos dogmas de su credo. Tratan, en definitiva, de testimoniar su fe a los parroquianos.
Gure Esku Dago afirma haber reunido con su iniciativa la importante cantidad de 175.000 vascos. Carezco de información para contrastar esa cifra, pero me malicio que el redondeo llevado a cabo por la organización peca de optimista. Pero sean 100.000, como los hijos de San Luis, o sean 175.000, la cifra apenas alcanza al 8% de la población de Euskadi. Escasa tropa para tan arduo empeño.
Las élites nacionalistas que acudieron a la romería, que previamente habían subvencionado, deberían tentarse la ropa por si el derecho a decidir prende masivamente en la ciudadanía. No vaya a ser que decidan, además de la secesión de España, el impago de los impuestos forales o exijan a los gobernantes vascos una renta vitalicia que les permita veranear once meses en el Caribe. Nuestros gobernantes nacionalistas deberían hacer pedagogía e instruir a la ciudadanía sobre la imposibilidad de lograr en la vida todo lo que se nos antoje, así como la imposibilidad en democracia de saltarse las leyes o ‘deconstruir’ lo que siglos de historia ahormaron.
Gure esku ez dago guztia. No todo está en nuestras manos. Hay cosas sobre las que no podemos decidir como, por ejemplo, la alopecia, el tiempo que hará mañana, el pago de los impuestos o la secesión unilateral de España. Asumir con modestia y resignación aquello que Nietzsche llamaba ‘fatum’, frente a la ilusoria libre voluntad, equivale a admitir el principio superior de la realidad sobre la ficción del deseo.
Somos hijos del deseo, pero esclavos de la realidad. Es mentira que todo esté en nuestras manos. Gure esku ez dago guztia. Y si no, que se lo pregunten a Ibarretxe.