Miquel Escudero-El Correo
Puede que lo queramos disimular, pero a casi todos nos gustaría disponer de mejores explicaciones de todo aquello que nos afecta; y para ello necesitamos hacernos más inteligentes. ¿Está valorada en exceso la inteligencia? Algunos no quieren tener más de la que tienen y prefieren un poder inmediato, aunque efímero. No les interesa emplear la razón, siempre crítica, aunque sea el único camino para superar la alienación e interpretar mejor lo que se viva.
Pino Aprile incluye en su ‘Nuevo elogio del imbécil’ cinco leyes del ocaso de la inteligencia que fundamenta en su creencia de que la inteligencia contribuye a expandir la estupidez; una paradoja, ciertamente. Se pregunta si el hecho de que muchos comportamientos tiendan a «limitar el uso de la inteligencia, en lugar de aumentarlo» es debido a la cultura y a la propia sociedad. Según este periodista, el hombre moderno se entontece a marchas forzadas y la imbecilidad es un ámbito donde el conocimiento resulta inútil.
Un tonto sentencia con rotundidad sobre lo que sea, no importa que no entienda nada; pero hay también la afición a ‘hacerse el tonto’. Un término complementario es el de imbécil: quien esgrime razones que no se sostienen por ningún lado. ¿Hay modo de apartar al tonto de su tontería? Ortega creía que no, porque no es posible llevarlo a contrastar su visión habitual y porque no se permite adquirir agudeza y perspicacia.
Comprendo el desánimo generalizado, pero no puedo conformarme. Yo creo que los ejercicios de ‘observar para entender’ y de ‘cargarse de razones’ son deberes intransferibles que tenemos cada uno de nosotros, en todo lo que hagamos y por modesto que sea.