Oscar Benítez-Vozpópuli
Diversos analistas valoran en ‘El Liberal’ si, como defiende el filósofo Félix Ovejero, la izquierda actual se ha olvidado de sus principios tradicionales para abrazar los identitarios
Hace poco más de un año, el filósofo Félix Ovejero publicó un ensayo de considerable influencia en la esfera intelectual española: La deriva reaccionaria de la izquierda (Página Indómita). En él, Ovejero denuncia que a día de hoy “parte de la izquierda, muy representada entre nosotros, simpatiza con quienes quieren levantar comunidades políticas sostenidas en la identidad”, “manifiesta una antipatía sin matices contra el proceso globalizador” e incluso “se muestra dubitativa de la peor manera a la hora de valorar la ciencia y el progreso científico”.
Tras estas reflexiones, que cuentan con el valor añadido de haber sido realizadas desde una inequívoca perspectiva de izquierda, otros analistas como Alberto Olmos y David Mejía han venido advirtiendo también del carácter regresivo de parte de la izquierda contemporánea. Sin olvidar a políticos como Cayetana Álvarez de Toledo, que, en los últimos tiempos, ha recurrido con frecuencia a la expresión “deriva reaccionaria de la izquierda” —la última, la semana pasada durante su intervención en la sesión de control al Gobierno—.
Y bien: ¿es cierto que la izquierda contemporánea, y particularmente la española, se ha sumido en una espiral reaccionaria? Para el profesor de derecho constitucional en la Universidad de Cantabria, Josu de Miguel, es muy difícil responder a esta pregunta porque implicaría analizar con detalle qué se entiende por “reaccionario”. En cualquier caso, tiene claro, según explica a El Liberal, que el acceso y permanencia en el poder pasa por adaptarse al clima de opinión contemporáneo.
“La emoción de nuestro tiempo histórico”, razona De Miguel, “es la indignación, envés del principio de dignidad. Desde este punto de vista, el futuro de la izquierda pasa por adaptarse a los rigores populistas y hacer frente al descontento creando movimientos que canalicen la voluntad política a través de la recuperación de un vínculo social que pretende fortalecerse a través de los fragmentos ideológicos de la posmodernidad: feminismo, naciones sin Estado, lucha contra el clima, etc.”. Todas ellas cuestiones que, a su juicio, tienen que ver más con el reconocimiento que con la redistribución que tradicionalmente ha defendido la izquierda.
“Sin duda, parte de la izquierda contemporánea ha entrado en una deriva no sé si reaccionaria, pero sí conservadora”, opina, por su parte, el ensayista y columnista en El Confidencial Ramón González Férriz. Según el escritor, mucha gente que se ha sentido durante toda la vida de izquierda ahora se muestra incómoda con parte de esta ideología y lo vive con asombro. Sin embargo, recuerda, esta vertiente reaccionaria no es nueva: “El comunismo fue enormemente reaccionario en cuestiones sexuales y de drogas, y en casi todos los países en los que hubo regímenes comunistas estos acabaron siendo nacionalistas; en muchos casos, antisemitas y contrarios a toda forma de pluralidad étnica o lingüística. Por su parte, la izquierda de la Escuela de Frankfurt, aunque muy progresista en cuestiones sexuales, se mostró suspicaz frente a aspectos de la modernidad como la tecnología o la cultura pop. Y en algunos casos, ya en los 70, parte de la izquierda mostró su escepticismo ante la ciencia o la educación reglada”. Por lo demás, Férriz puntualiza que esta deriva no es restrictiva de la izquierda: “Hay pulsiones conservadoras en todas partes”.
Como De Miguel y Férriz, David Mejía, Profesor de IE University y columnista en The Objective, también estima que la izquierda se ha deslizado por una pendiente reaccionaria. ¿El Motivo? Que se ha olvidado de sus convicciones de siempre. Esto es, la “razón frente a la superstición, la igualdad frente al privilegio o la justicia frente a la arbitrariedad del poder”. Frente a éstas, sostiene Mejía, la izquierda actual considera que las sociedades no las componen individuos, sino “identidades colectivas con experiencias vitales y objetivos irreconciliables. Su concepción de la comunidad política es esencialista, desatiende la igualdad y e idolatra la diferencia”. “Y si hablamos de la dimensión social”, agrega, “parte de la izquierda ha confundido el progreso moral con patrullar la vida pública y privada de los ciudadanos”.
En lo referente a si la izquierda española participa de la actual tendencia retardataria, Josu de Miguel no duda de que, al menos PSOE y Podemos, “son ya partidos populistas que se han adaptado al cambio de circunstancias”. También suscribe la extendida visión según la cual el aspecto reaccionario de la izquierda estaría en su colaboración con los nacionalismos periféricos. En este sentido, su impresión es que la “boda ideológica entre la izquierda española y el nacionalismo no español, proviene de la pasión por la ingeniería social: en País Vasco y Cataluña se ha utilizado, con desparpajo y sin apenas límites, todos los medios necesarios en la nation building”. De miguel no cree que la izquierda tenga muchas esperanzas en la “formalización de un hombre nuevo”, pero se siente “cómoda en el discurso de la recreación de identidades, aunque estas tengan unos objetivos programáticos muy distintos a los presupuestos materialistas”.
Ramón González Férriz, por su lado, juzga que, tras la caída del Muro, buena parte de la izquierda europea, entre ella la española, está a la defensiva. “Sus objetivos no han consistido en ampliar los derechos de los trabajadores, sino en conservar el Estado del Bienestar. Ese conservadurismo —cuidado con qué sustituimos lo existente porque podría ser peor— existe.” A su vez, percibe un giro en la actitud sobre las relaciones sexuales. Según explica, a partir de los años setenta, algunas feministas se plantean “si el amor libre no es un mecanismo que beneficia, sobre todo, a los hombres”. Y en esa misma década surgen, por la misma razón, “llamadas feministas en contra de la pornografía”. “En esas tensiones se encuentra parte de la izquierda española, como todas las izquierdas de los países ricos”, sostiene.
Para David Mejía, por último, la dimensión reaccionaria de la izquierda reside sobre todo en su connivencia con el nacionalismo, como también apuntaba De Miguel. A su parecer, “nada hay más reaccionario que considerar que España no es un demos sino una yuxtaposición de ethos; o sea, una serie comunidades etnolingüísticas prepolíticas”. Según esta visión, aclara, los derechos políticos se adquieren por pertenencia a esas comunidades, es decir, “por participar de una identidad”. Aparte de eso, Mejía defiende que nada es menos de izquierdas que “blindar privilegios territoriales, limitar el acceso al trabajo dentro de un mismo país o debilitar el Estado mediante cesiones innecesarias”. Y es que, concluye, la “izquierda requiere un Estado fuerte y respetar el perímetro de decisión política, justicia y solidaridad, no dividirlo ni erosionarlo”.