Hasta Karina Milei (50, Buenos Aires) rompió a hablar. Tras cinco meses como secretaria general de la Presidencia argentina, a la derecha de su hermano Javier, decidió quebrar su voto de silencio. Lo hizo en respaldo de la ministra Sandra Pettovello, muy cuestionada por la mafia peronista porque es la encargada de acabar con los decenas de miles de chiringuitos erigidos durante los veinte años del mandato corsario de los Kirchner. «Sandra es una de las mejores ministras del Gabinete, es obvio que sigue». No dijo más, no hacía falta. Karina es la persona que dirige el equipo de su hermano, quien le llama ‘el jefe’, así, en masculino. Ambos son solteros sin hijos. Forman un tándem indisoluble. Uno habla sin pausa, la otra calla sin remisión. Hasta esta semana que, con esa mínima frase, desbarató los rumores de crisis de un Gobierno que se tambalea.
Begoña Gómez (49, Bilbao) también guarda silencio. Desde que estalló su ‘caso’, el affaire que ha sacudido los cimientos de Moncloa, no ha dicho esta boca es mía. Se quedó mudita pese a que su expertice (en su jerga de consultoría de calderilla) consiste en la mera cháchara. Por internet circula una profusión de sus charletas, bien como responsable del máster inaudito en la Complutense o de ese African Center que abochorna a los directivos del Instituto de Empresa, en las que evidencia una difícil relación con la expresividad y un tortuoso manejo de las palabras.
El gran predicador del feminismo universal ha decidido que su esposa está mejor silente y en casita. Algo de lo que acusó falsamente a Feijóo: «Ha dicho textualmente que lo que debería haber hecho mi mujer es quedarse en casa sin trabajar». Posiblemente se sentía culpable y le endilgó al líder gallego su propia falta. Lo que en verdad había dicho es que «ninguna mujer de ningún presidente del Gobierno se ha visto envuelta en la situación en la que están el señor Sánchez y su pareja. Incluso hay mujeres de presidentes del Gobierno que dejaron de trabajar para no tener ninguna duda al respecto».
Los ganapanes allí presentes jalearon ‘Begoña, Begoña, Begoña’ con una arrebatada desesperación que invita al desastre. Pero ella, ni mu. Ni una palabra para sacudirse el fango, espantar las mentiras, rechazar los ataques
Begoña tiene vedado pasearse por los saraos, por los despachos y, desde luego, ni una palabra en público. Su marido envió sendas cartas a los creyentes en las que amagaba, primero con dimitir, y luego empitonaba al juez Peinado que la ha citado como imputada por presuntos delitos de corrupción y tráfico de influencias. Para salvar su incierto paso por las urnas del domingo, Sánchez la ha convertido en protagonista de titulares culpables en toda Europa, la ha coreado por las unánimes bocazas de ministros y pedigüeños, la ha convertido en objeto de debate en disputas de vecindonas y tertulias de plató, la ha colocado en el aborrecible escaparate de la lapidación y descrédito.
Y no le deja hablar. Sánchez deslizó algunas ramplonas muletillas sobre el asunto en una suave entrevista en LaSexta. «Honesta, seria y responsable». Poco más. Ni una acusación desmontada, ni una sospecha demolida. No ha sido capaz de presentar una sola prueba o un argumento.
Luego de recibir la convocatoria del magistrado, tuvo la desesperada ocurrencia de pasearla en un mitin andaluz, como quien exhibe una talla o un relicario. Los ganapanes allí presentes jalearon ‘Begoña, Begoña, Begoña‘ con una desesperación que anuncia desastre. Ella, ni mu. Ni una palabra para sacudirse el fango, espantar las mentiras, rechazar los ataques que, según el narciso con el que convive, le dedica «la internacional ultraderechista». ¿Acaso ella no tiene derecho a defenderse? Si la pinchan, ¿no sangra? Si la infaman, ¿no sufre? Si la envenenan, ¿no muere? Ese martirologio lacrimógeno diseñado por su marido resultaría innecesario si se decidiera a hablar.
El guión se lo ha dado escrito el alcalde de Madrid. Tan sólo tiene que enunciar estas negativas.
-No me reuní con empresarios ni solicité favores a la Administración.
-No pedí fondos a empresas supervisadas por mi esposo.
-No registré a mi nombre el software de la Complutense ni me lucré con ello.
-No me entrevisté con el presidente de Indra, al que nombra mi marido, para pedirle fondos para mi negocio.
La amenaza de Puigdemont
Bien sencillo, caso de ser inocente. Y puesto que prefiere el silencio, el juez Peinado, en el tono amable que le caracteriza, la ha invitado a defender su inocencia ante el tribunal el próximo 5 de julio. Habla, mudita, como la película de Gutiérrez Aragón. O sea, desembuche usted, señora, que la cosa le pinta fatal.
Para entonces ya se habrán celebrado las elecciones europeas que su sublime y asombrosa grandeza ha convertido en un plebiscito sobre la honorabilidad de su esposa. Quedar a menos de tres escaños del PP quizás la salven. Es un envite muy arriesgado. Está en juego la imagen de integridad de su señora. La suya, por supuesto, seguirá indemne. ‘Al menos, por otros tres años’, como repite estos días. O no, porque la violenta Dana que se avizora ya por Cataluña, con el rostro de Puigdemont al frente, puede voltear todo cuanto hasta ahora parecía firme y hasta casi eterno.