Javier Caraballo-El Confidencial
Cuando en el Congreso critican al Ejército, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le da reparo salir en defensa abierta del Ejército, por eso de que no está bien hablar bien del Ejército
Hablar bien del Ejército no está bien, esa es la cuestión. Y precisamente por eso conviene hablar bien del Ejército ahora, en estos días. Digo a quien no le gusten las imposiciones, los aplausos sugeridos, las alabanzas correctas, elaboradas en la factoría nacional de lo políticamente correcto. Debe hablar bien del Ejército aquel a quien le apetezca hablar bien del Ejército, de los militares, sin más, como sale a aplaudir por las tardes a los sanitarios, como saluda a la Policía cuando pasa a las ocho de la tarde con las sirenas puestas por debajo de su balcón, como le conmueve el sacrificio de los guardias civiles, a quienes agradece, en fin, el ejemplo que tantas veces nos ofrecen los trabajadores públicos que miran por el interés general, que defienden el servicio público.
Cada cual en lo suyo, los sanitarios en sus hospitales, los policías en sus cuarteles, los bomberos en sus centros de emergencia… Los militares, los militares de España, como unos servidores públicos más, sin los complejos, simplones y trasnochados, que les arrojan aquellos que saben que nunca encontrarán réplica ni contestación. Quizá sea la crítica más cobarde que se pueda hacer, porque se cuenta con la garantía previa de que nadie del Ejército les va a contestar y que, además, nadie va a desmentir ni replicar nada porque hablar bien del Ejército no está bien, no mola.
Viene todo esto a raíz de la curiosa aversión que están mostrando en este estado de alarma algunos de los portavoces parlamentarios del Congreso de los Diputados, soliviantados con la presencia de los militares en la ayuda a las emergencias de la pandemia en España. En alguno de los últimos debates parlamentarios, se han dirigido a los dirigentes de Podemos, en su cuota parte de partido del Gobierno, y les han mostrado su decepción: ¿cómo puede un partido tan progresista como Unidas Podemos amparar una política en la que un militar ofrece una rueda de prensa para dar cuenta de las tareas realizadas por el Ejército?
Se quedan en el sujeto, el Ejército, no trascienden al verbo y a la acción, trabajar para construir un hospital de campaña o para limpiar las calles
Cuando en el Congreso critican al Ejército, al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le da reparo salir en defensa abierta del Ejército, por eso de que no está bien hablar bien del Ejército. Un tupido velo sobre la desconsideración, el desprecio o la ingratitud a militares que también son trabajadores públicos. Pedro Sánchez pasa de puntillas sobre las críticas al Ejército y su silencio lo aprovechan sus socios de gobierno para cargar contra los militares. También esto es llamativo: les resulta inquietante el Ejército español, pero no es porque sea Ejército sino porque es español. Un militar no representa al pueblo, dicen. Pero no es así. El comandante Fidel sí podía ser jefe de Estado, del pueblo, vestido de militar, pero si en España hace lo mismo el jefe del Estado, comparecer vestido de militar ante los militares, ya no representa al pueblo. Fidel Castro podía hasta gritar “¡Patria o muerte. Venceremos!” en todos los discursos, y siempre le seguían aplausos.
Pedro Sánchez pasa de puntillas sobre las críticas al Ejército y su silencio lo aprovechan sus socios de gobierno para cargar contra los militares
Sin embargo, el vicepresidente, Pablo Iglesias, dice anhelar una España “donde jamás viéramos a un jefe del Estado aparecer vestido con un uniforme militar, porque es un representante del pueblo; donde el Ejército estuviera subordinado al poder civil”. Según esa lógica, alguien que viste de uniforme militar no puede representar al pueblo. Pero cuando murió Fidel Castro, se multiplicaron los mensajes de condolencia en la izquierda española y, curiosamente, todo ellos añadieron una foto del comandante con su uniforme. “Un abrazo fraterno al pueblo cubano, que hoy dice hasta siempre a Fidel”, dijo Irene Montero, y colocó su foto vestido de militar; “Fidel fue una de esas personas que desafiaron lo establecido, empujados por un sueño: un mundo más justo, una sociedad sin clases”, añadió Alberto Garzón con otra foto de militar; “¡Hasta siempre, comandante!”, enfatizaron los de la CUP catalana con el uniforme verde caqui. Pablo Iglesias colgó la misma foto y además le añadió una canción, la canción: “Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó parar”. ¿Un militar cubano sí representa al pueblo y un militar español no? En fin…
Alguna vez debería debatirse en el Congreso, en una sesión solemne de psicoanálisis nacional, esta empanada mental que hay en España de símbolos y banderas. Pensar cómo se ha llegado a este prejuicio subliminal en el que deben respetarse todas las banderas y los símbolos menos los que nos representan a todos los españoles. Un nacionalista vasco siempre presencia solemne el homenaje a un ‘gudari’ mientras se baila lanza de espadas, ‘ezpata-dantza’, pero le parece una ofensa y una provocación un desfile militar en España. ¿Quién establece qué es retrógrado y qué es progresista? ¿Por qué el respeto institucional y sentimental que merecen los símbolos de Cataluña, de Andalucía o de Galicia no se concede a España, aunque cada cual sea libre de sentirse como quiera?
¿Por qué el respeto institucional y sentimental que merecen los símbolos de Cataluña, de Andalucía o de Galicia no se concede a España?
Ni el respeto, ni la libertad ni los sentimientos se pueden parcelar. Si alguien detesta las banderas en nombre de una ideología, debe detestar todas las banderas; si alguien detesta al Ejército, debe detestar a todos los ejércitos; si alguien detesta los himnos, debería repudiar todos los himnos. Pero no es eso. Porque piensan que lo que no está bien es hablar bien del Ejército de España. Y precisamente por eso hay que hacerlo.
Porque no nos referimos a cualquier Ejército, ni a cualquier otro episodio de la historia, sino al Ejército español de hoy, a los militares españoles de hoy. Preparados, sacrificados, conscientes, abnegados, disciplinados y mal pagados, como tantos otros. El Ejército español de la actualidad, el de la democracia española, el que defiende, como otros servidores públicos, el interés general, el que en esta pandemia del coronavirus trabaja, junto con todos los demás, en hacer el bien, cumplir con su obligación y tratar de superar el agujero en el que hemos caído todos.