Hablar con manos libres

EL BLOG DE SANTIAGO GONZÁLEZ 28/01/14

Me ha llamado mucho la atención, apreciada Arantza, la entrevista que ayer publicaba El País con usted bajo un titular muy sugerente: «Quiero manos libres para todo«. Verá, no me parece mal, pero quizá sea el suyo un empeño demasiado ambicioso para una democracia moderna. Antaño, los billetes de 5.000 pesetas llevaban un frase caligrafiada por el Rey que decía:  «Para la Corona y para los demás órganos del Estado, todas las aspiraciones son legítimas, y todas deben, en beneficio de la comunidad, limitarse recíprocamente», concepto que si bien se mira es bastante antagónico con su deseo. Nadie puede tener manos libres para todo. Es triste, pero es así la vida.

Hay algunas otras cuestiones que serían muy discutibles por su falta de lógica interna, pero solo me voy a fijar en una:

P. Muchas de las víctimas que ahora critican duramente al Gobierno y al PP vasco son las mismas que no decían nada cuando Mayor Oreja acercaba a presos de ETA a Euskadi. [Se ve que el periodista no había leído el comentario publicado aquí dos días antes, en el que se desmontaba con algún detalle el supuesto implícito en la pregunta.]
R. Tendría que mirar las hemerotecas. No sé lo que decían las víctimas, pero sí lo que decía el PP vasco. Era una lealtad absoluta. Y estábamos aquí. Esta mañana [de viernes], recordando la foto del cementerio, pensaba: «todos los que estaban al lado de Consuelo [Ordóñez] tenían billete de vuelta a Madrid. Nosotros somos los que estamos aquí. Los que hemos estado y los que estamos aquí».

Antes de responder esto, admirable Arantza, debería habérselo pensado, haber contado hasta diez y luego, haber respondido otra cosa más pertinente y más descriptiva de la realidad. Esa frase es una desmesura que ni siquiera Joseba Eguibar repetiría hoy. Pertenece al mismo campo semántico que las expresiones xenófobas que dieron justa fama a Xabier Arzalluz: «Por lo menos, nosotros somos de aquí y ellos no son de aquí».

Verá, Arantza, Consuelo Ordóñez no tenía billete de vuelta a Madrid, sino a Valencia, ciudad en la que reside. Ella vivía hasta hace unos años en San Sebastián, en el barrio de Intxaurrondo, en una casa que el brazo civil de ETA marcó tres veces con pintadas y a la que una noche lanzaron siete cócteles molotov. Yo recuerdo haber visto fotos de Consuelo Ordóñez después de haber sido víctima de una agresión física. Las hemerotecas dan fe. No fue sólo eso. Ella era procuradora y tenía despacho en Tolosa. El control social batasuno, que había decretado su muerte laboral se encargó de dejarla sin clientes y fue entonces cuando decidió volver a Valencia a tratar de buscarse la vida.

María Teresa Díaz Bada volvió a su casa de San Sebastián; Laura Martín hizo lo propio. Rubén Múgica  volvió al despacho que comparte con su hermano en el centro urbano de Bildustán. Yo he estado allí varias veces. Rubén ocupa el despacho que ocupó su padre, Fernando Múgica, hasta que ETA lo asesinó el 6 de febrero de 1996, y se sienta en el mismo sillón ante la misma mesa que él lo hacía. Todo está como hace 18 años, salvo un retrato de Fernando Múgica Herzog. Excuso decirle donde viven otras víctimas del terrorismo, como Estibaliz Garmendia y sus hijos, los huérfanos de Joseba Pagaza. Sus hermanos, Maite e Iñaki, su madre, ese referente profundamente moral para la sociedad vasca.

Y tantos otros que se fueron. Me parece la suya, dicho sea con todos los respetos, una respuesta, no sólo mezquina e impropia, sino incongruente con la política de su partido, cuando la dirigía Antonio Basagoiti. Recuerdo haber escrito a favor de una iniciativa suya para restituir el derecho de voto a personas que se sintieron obligados a marcharse después del asesinato de un marido, de un padre. No pudo ser y lo lamento, pero, ¿no le parece una incongruencia descalificar a las víctimas que han buscado otros aires para que sus hijos crezcan fuera del ambiente enrarecido y envilecido por el odio, cuando al mismo tiempo ha hecho campaña para restituirles un mínimo de lo que les quitaron, su vinculación civil con la tierra de que fueron extrañados? Una de esas personas que vive en Madrid es mi querida Ana Iríbar, la viuda de Gregorio. ¿Le parece a usted censurable? ¿Considera menos legítimas a las víctimas que se han ido, españolistas, o quizá sucursalistas?

La vida, querida Arantza, no es ese fenómeno adolescente que usted y los suyos inauguraron en el momento de afiliarse a Nuevas Generaciones. Por eso no debe decir eso de «nadie tiene que darnos lecciones» y pensar, muy al contrario, que siempre hay alguien cerca de quien puede aprender.

Y que sea su gobierno de su partido y de las responsabilidades que le competan en el futuro un ejercicio de prudencia y de sabiduría. Le deseo mucha suerte en ello y mucho acierto, de todo corazón.