Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 1/10/11
No es fácil imaginar la disolución de ETA mientras decenas de sus activistas cumplen largas condenas
El tema de los presos de ETA ha sido y sigue siendo un tabú a pesar de las apariencias. Las palabras del lehendakari en el debate de política general parecieron romper con él, pero no es así. También parecieron romper con el tabú los firmantes del Acuerdo de Gernika al rescatar la amnistía como reivindicación final. Pero en realidad se trata de un juego de poses y palabras. La izquierda abertzale se esfuerza en endosar al Estado de Derecho la engorrosa tarea de aligerarle la carga moral que para ella suponen los presos, y los partidos -con excepción del PP- entran y salen del asunto practicando el ‘bienquedismo’ habitual mientras sondean, optimistas, la eventualidad de que los herederos de Batasuna pudieran contentarse con sus signos verbales de aproximación al tema.
El lehendakari López se internó el pasado jueves en la cuestión de una forma cautelosa y probablemente estéril aunque pareciera osada. Pidió en primer lugar a los presos que «rompan decididamente y de manera pública con ETA», solicitándoles además que «asuman la legalidad penitenciaria», para proponer después reorientar la política penitenciaria y el acercamiento de los penados, eso sí, «siempre y cuando favorezca la reinserción». La formulación sugiere una oferta condicionada, pero en realidad se trata de un enunciado sujeto a libre interpretación. Se trata de una toma aparente de la iniciativa hasta que se produzca un pronunciamiento -de ETA, de los presos, de sus familiares- que la eche por tierra elevando el listón de las exigencias respecto a eso que la izquierda abertzale decidió saludar en principio como «un paso en la buena dirección, pero insuficiente».
Las palabras del lehendakari recordaron que una cosa es la legalidad penitenciaria y otra distinta la política penitenciaria. Venía a decir que la política penitenciaria es plenamente legal, pero que cabría aplicar otra. Desde que los sucesivos gobiernos concibieron la política penitenciaria como parte de la estrategia antiterrorista se fue asentando un fenómeno inercial. La dispersión de los presos aplicada para evitar que su agrupamiento facilitara el control disciplinario por parte de la banda terrorista no ha comportado deserciones significativas. Entre otras razones porque la propia clasificación de ‘duros’ y ‘blandos’ acabó demostrándose equívoca. Pero se asentó en el acervo gubernamental como una medida que cuando menos evitaba los riesgos de la comuna jerarquizada. Lo que resulta más que dudoso es que ese supuesto ‘bien’ preventivo sea hoy superior al derecho reclamado de ser recluido en un centro próximo al lugar de origen.
Pero el verdadero nudo gordiano de la cuestión es otro: ¿es posible imaginar la disolución formal y expresa de la banda terrorista mientras decenas de sus activistas continúan cumpliendo largas condenas en la cárcel? El orden de los factores sugerido por López apuntaría a que primero desaparezca ETA para allanar después el camino de la generosidad hacia sus presos. Mientras que el orden de los factores establecido por la izquierda abertzale es que se produzca un movimiento indulgente hacia los presos antes de auspiciar la autodisolución de la ‘organización’. A no ser que, cosa harto improbable, sean los propios presos los que reclamen la desaparición de ETA entendiéndola como la única manera de abreviar la espera de beneficios tangibles.
Se vuelve a hablar de presos sin decir, sin admitir, la verdad. En la sociología de la izquierda abertzale los presos son a la vez símbolo y carne de cañón. Qué decir ahora que sus representantes se pasean ‘makila’ en mano representando a numerosas instituciones. La amnistía no es solo una puerta constitucionalmente cerrada a cal y canto. Resulta legalmente imposible sortear las condenas que pesan sobre los sentenciados por crímenes terroristas; impensable imaginar que socialmente pudiera admitirse tal supuesto; políticamente más que remota la eventualidad de un indulto general. Claro que no cuesta nada colgar en las paredes carteles con las fotografías de los reclusos demandando amnistía. Se trata de un reclamo con el que la izquierda abertzale se sacude su responsabilidad.
En un terreno más prosaico también se habla de acercamiento ocultando la verdad. Acercamiento, ¿pero a dónde? Basta repasar el listado de los presos y de las cárceles por las que están diseminados para percatarse de que en lo inmediato tal supuesto constituye poco más que un eufemismo. A no ser que con el paso del tiempo, y siempre que no ingresen en prisión más activistas de ETA, ese listado vaya reduciéndose sustancialmente. Deberían tenerlo en cuenta los representantes políticos, empezando por el lehendakari López. Especialmente aquellos que en el fondo han preferido postergar la asunción de competencias en materia penitenciaria. Y deberían tenerlo en cuenta quienes esta misma semana, desde el Ayuntamiento de Donostia, seguían rechazando la construcción de una cárcel que sustituya al centro de Martutene. Claro que con un poco de suerte la demanda de acercamiento podrá ser sustituida directamente por la de la amnistía en la liturgia que celebren los radicales libres para congraciarse con los radicales presos, para así continuar ocultando la verdad elevando el listón reivindicativo.
Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 1/10/11