ABC-LUIS VENTOSO
Que todavía se atreva a dar consejos y valoraciones resume el perfil del personaje
ES cierto que algo bueno le debemos: acabó con las nubes de humo tabaquero en bares, oficinas y restaurantes e instauró el carnet de puntos y otras reformas de tráfico, que redujeron drásticamente las muertes en carretera. Pero cuesta rascar más legado de valor en los ocho años de Zapatero, al que los estudiosos convienen en evaluar como el peor presidente de nuestra democracia. La suya era una personalidad política extraña, mezcla de tres compuestos: afabilidad, sectarismo e irresponsabilidad. Como fachada, un trato siempre cordial, lo que se dio en llamar «el talante», con su mirada glauca, su sonrisa fácil y una hermosa voz, serena y grave. Tras tan grata puerta de entrada, un profundo rencor ideológico y una intransigencia militante contra las ideas contrarias (léase las conservadoras/católicas). Por último, gobernaba con una ligereza impropia de un estadista, que le impedía prever las consecuencias de sus palabras y actos. De esa resbaladiza relación con la realidad proviene su temeridad ante la crisis de 2007, que lo llevó a proclamar que estábamos a punto de superar en renta a los alemanes cuando el agua ya nos llegaba a las ingles. Sus raptos de atolondramiento propiciaron también otro de sus errores capitales, reabrir el melón territorial innecesariamente, proclamando siendo presidente de España que el concepto de nación era «discutido y discutible». Fuera del poder, sigue en su línea de no medir sus actos, como con su apoyo a Maduro, inexplicable de no mediar cuestiones que se nos escapan.
El perfil del personaje queda bien resumido por el hecho de que con semejante currículo se atreva a seguir ofreciendo consejos y valoraciones públicas. La última ha sido apoyar a Soraya, a la que en realidad propina un puntapié en la espinilla, pues con su espaldarazo señala el punto débil de la ex vicepresidenta: su ideología semidesnatada.
Pero todavía no hemos citado el que probablemente es el peor punto del legado de Zapatero: el guerracivilismo y la anulación del adversario ideológico. Nunca se me olvidará. Corría la década de los ochenta, teníamos veinte años y estábamos en la terraza de un bar de un pequeño puerto del Barbanza. Pasó frente a nosotros un marinero anciano, enjuto y bajito, pero todavía fibroso. Uno de mis amigos lo señaló y comentó: «Ahí va el que mató a nuestro abuelo. Lo molió a golpes con un remo al comienzo de la Guerra Civil». Pero lo notable es que lo dijo como quien consigna un dato, sin atisbo de odio o revancha, sabedor de que era un hecho irreversible del pasado del que tocaba pasar página. Aquel día entendí la inmensa obra de la Transición, el milagro de perdón y concordia que se había operado en España. Esa es la herida cauterizada que Zapatero reabrió y a la que Sánchez quiere echar ahora sal.
«Un país que mira al futuro tiene que estar en paz con su pasado». Excelente frase. La soltó ayer Sánchez en el Congreso. Lástima que él la entiende justo al revés de como debería.