- La fiscalidad que han prometido los socialistas a ERC para hacer presidente a Illa resulta demasiado alocada, incluso para los parámetros de Sánchez
Hechos. Un mentirómano compulsivo nos ha timado con sus promesas electorales, con datos de la pandemia, con Bildu, con la amnistía, con las cifras reales del paro, con sus discursos de regeneración, que acabaron en la gran verbena del nepotismo y la manipulación partidista… Su palabra está más devaluada que la divisa de Zimbabue. No le creen ni los que le votan, que lo hacen siguiendo el esotérico principio de «antes hechos papilla y con las instituciones arrasadas que con un Gobierno de derechas».
Pero ese mandatario mendaz sí ha cumplido en sus promesas bajo cuerda a los separatistas. A Bildu lo compró garantizándole que se abrirían las puertas para los sicarios de ETA. Y salen en tropel. A Junqueras lo compró en 2018 prometiéndole el indulto y el cepillado a su dictado del Código Penal. Y cumplió. A Puigdemont lo compró aceptando la humillación de una negociación bilateral en Ginebra –decidiendo así el futuro de los españoles en la mesa de un fugitivo–, con una amnistía inconstitucional contra el criterio de la mayoría social y asumiendo el argumentario de los separatistas sobre el golpe de 2017 (con lo que desacreditó la más relevante acción de lo que va de reinado de Felipe VI).
Resulta normal que ERC se fíe de un chanchullero como Sánchez, pues con ellos sí ha cumplido. Así que viéndose débiles electoralmente, decidieron aprovechar la bicoca del sanchismo para lanzarle el súper órdago: si quieres nuestro plácet a Illa, tendrás que darle a Cataluña un modelo fiscal equiparable al chollo de los cupos vasco y navarro. Sánchez e Illa, a los que el interés general España se la refanfinfla ante el de sus ombligos, respondieron: «¿Dónde hay que firmar?».
El acuerdo parte de que Cataluña sufre una infrafinanciación crónica, lo cual es falso, según denuncia hasta el santón socialista Borrell. La alocada cesión estelar del pacto es que la Agencia Tributaria Catalana «recaudará, gestionará y liquidará» todos los tributos generados en Cataluña. La región saldrá así del régimen común de financiación, lo cual es flagrantemente inconstitucional, pues la Carta Magna solo recoge las excepciones vasca y navarra. Los separatistas celebran el regalazo como la «soberanía fiscal».
El «cupo catalán» ha soliviantado a las regiones gobernadas por el PP, pero también a los claudicantes barones socialistas. Hasta se ha quejado el presidente asturiano, ardoroso sanchista. La cesión resulta tan escandalosa que la Asociación Profesional de Inspectores de Hacienda señala que «revienta la solidaridad fiscal del país», «rompe el sistema» y «es una auténtica barbaridad, una vergüenza».
¿Por qué se ha suscitado ahora semejante follón cuando ya hemos tragado con burradas como los indultos y la amnistía? Pues porque con la pasta no se juega. Al untar a los separatistas catalanes con el dinero del resto de las regiones, Sánchez ha tocado nervio.
Y aquí aparece en escena nuestra alborotada ministra de Hacienda, la médico María Jesús Montero, con su SACC galopante (Síndrome de Alergia a la Claridad Conceptual). La dicharachera Marisu advirtió primero, muy seria ella, que cupo catalán ni de coña, na, imposible. Luego calló como una tumba cuando lo cerraron PSC y ERC. Tras la investidura de Illa, salió a apoyar el pacto fiscal, como buena cheerleader sanchista que es. Pero a la vista del jaleo –y de la evidente inconstitucionalidad e insolidaridad–, ha intentado el círculo cuadrado con otras declaraciones confusas. Vuelve a decir que cupo catalán no, pero que sí habrá una «financiación singular» para Cataluña, aunque por arte de magia no perjudicará en un solo patacón al resto. Ole.
Ante la aclaración –llamémosla así– de nuestra nerviosa Marisu de Triana, ERC amenaza a Sánchez con retirarle su apoyo si no hay cupo. ¿Habrá estafado también a los separatistas catalanes prometiéndoles un imposible?
Tal vez Sánchez es al fin víctima de la clásica advertencia de Lincoln: «Imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo». Pero apostaría a que aguanta un par de años más en la Moncloa (aunque también aposté a que Vox no rompería los acuerdos con el PP, así que como augur estoy de capa caída). El presidente más débil de nuestra democracia y los separatistas, que carecen de un apoyo social mayoritario, se necesitan. Es un intercambio de debilidades que beneficia a ambos. Nunca vivirán mejor que con Sánchez.
Y en cuanto a la capacidad de reacción del pueblo español y la brillante oposición, pues ya saben: el ronroneo de un gatito. Si hasta ahora un presidente extremadamente débil ha logrado chulearnos siempre, ¿por qué no con el cupo catalán?
Y estoy deseando equivocarme.