No hay en el discurso de Urkullu una sola propuesta ni para la crisis del PNV ni para la crisis económica. Sólo apelaciones doloridas a la recuperación de Euskadi, exhibición del catálogo de quejas que ha definido al PNV más victimista y un afán por legitimarse con efecto retroactivo y decir que ellos siempre han estado en actitud beligerante contra ETA.
Si es un lugar común en el lenguaje político afirmar que fuera del Gobierno hace frío, no es exagerado pensar que la fiesta del PNV de este año habrá tenido una temperatura más inhóspita que la propia de las campas alavesas a finales de septiembre. En ese nuevo microclima político, un punto más frío, es de suponer que los asistentes habrán agradecido la menor duración del evento, recortado drásticamente a la mitad, al carecer, por primera vez en la historia reciente del PNV, de lehendakari que se dirigiera a los allí congregados. No habría que descartar tampoco que la configuración de una enorme ikurriña, formada a base de cartulinas de uso individual que tapaban la cabeza de los asistentes, fuera ideada para compensar el descenso térmico y anímico, así como para certificar el alivio del luto en el que no pocos asistentes se enfundaron en la misma noche del pasado 1 de marzo. Tampoco resulta difícil imaginar un cambio drástico en los temas de conversación suscitados entre los militantes y simpatizantes del PNV presentes en las campas de Foronda, que no habrá pasado, en ningún caso, por ensalzar o criticar a tal o cual consejero del PNV, ni, menos aún, por la promesa de llamarse por teléfono o quedar a comer para concretar esto o aquello en el entorno o en el corazón mismo del Gobierno vasco.
Sensaciones térmicas aparte, lo cierto es que el PNV, abonado como está en su propio recuento a los 100.000 asistentes -cifra asaz sorprendente en un partido con unos 300.000 votantes-, se ha quedado sin discurso político. A juzgar por lo dicho en Foronda, el PNV no tiene ni una sola propuesta que hacer a los vascos.
El mantra, recurrente durante los últimos años, del plan Ibarretxe ha cerrado por cese del negocio y por ausencia de su contumaz y casi único defensor. A esa referencia machacona le ha sustituido la nada del catastrofismo, el lamento del poder perdido y la certeza de que la vuelta de las vacaciones ha supuesto para muchos de los asistentes la confirmación de que se han quedado sin aquello que les ocupó en los últimos años.
Fuera del plan Ibarretxe, el PNV amontona una serie de lugares comunes propios del mal perdedor, de rabietas características del que se ha quedado en la oposición cuando pensaba que el gobierno le pertenecía poco menos que por divina designación y hasta la eternidad. No hay en el discurso de Urkullu una sola propuesta ni para la crisis del PNV ni para la crisis económica. Sólo apelaciones doloridas a la recuperación de Euskadi -en vez de reconocer explícitamente el ansia por volver al poder-, exhibición del catálogo de quejas que ha definido al PNV más victimista y un afán por legitimarse con efecto retroactivo y decir que ellos siempre han estado en actitud beligerante contra ETA. (Que, por cierto, ya no acierta ni con los comunicados).
El PNV se ha quedado sin discurso político y, a poco bien que lo hagan el actual lehendakari y su Gobierno, muchos vascos podrán comprobar que no son tan nacionalistas como ellos mismos llegaron a pensar y que quizás convenga acercarse al poder, donde suele hacer casi siempre buen tiempo. Ya hay síntomas de que algunos han iniciado la ciaboga.
Cuando aún no se había consumado el traspaso de poderes, el PNV lanzó contra los socialistas un discurso volcánico, que incluía comparaciones con la dictadura franquista y otras lindezas expresivas del desgarro de la derrota. Hoy, cuando a pesar del poco tiempo transcurrido el lehendakari Patxi López ya ha demostrado -entre otras medidas- una beligerancia inusitada contra los mecanismos establecidos durante años para la legitimación del terrorismo, el PNV escenifica en la campa de los cien mil que se ha quedado sin discurso, que siente el frío de la oposición en sus carnes y que si no es para hablar de lo nuestro, es posible que cada año sean menos cien mil y con más frío en aquel lugar donde un día el poder provocó aglomeraciones.
El PNV se ha quedado sin Ibarretxe -incapaz siquiera de mantener su compromiso con los electores como parlamentario- y tiene ahora por delante la tarea de adaptarse a un papel para el que no ha ensayado y para el que va a contar con muchas menos adhesiones más o menos inquebrantables.
José María Calleja, EL CORREO, 30/9/2009