Hace hoy un año

GABRIEL ALBIAC – ABC – 07/01/16

Gabriel Albiac
Gabriel Albiac

· Los bárbaros, que se enmascaran bajo disfraz divino, siguen vivos. Y ensangrentados. Y corren. Y disparan.

Hasta «aquel que ofende a Dios lo alaba», enseñaba el Maestro Eckhart, a inicios del siglo catorce. Y es que, sencillamente, nada de lo que un ser finito dice acerca de un infinito tiene significado alguno: ni al hablar en positivo ni al hacerlo en negativo. «Dios no es bueno, ni mejor ni perfecto», concluye Eckhart: referirse a Dios como si se tratara de un hombre al cual se evalúa es la forma más tonta de la blasfemia. «Quien cree saber de Dios sabe en realidad menos que el que sabe que lo ignora», en deslumbrante hallazgo, un siglo posterior, de Nicolás de Cusa.

Ningún creyente serio piensa que Dios sea un patriarca anciano, canoso, barbudo y con túnica blanca. Ni que precise para nada de un kalashnikov. Ningún creyente serio puede ignorar, después de Nicolás Cusa y Meister Eckhart, que de Dios, el Infinito, nada puede predicarse. Y que sólo por metáfora le atribuimos aspectos que tomamos de nosotros y que carecen del menor sentido al hablar de un absoluto. Por eso dicen los más grandes de quienes inician la modernidad teológica, en la Europa del siglo XVII, que Dios es esencialmente «oculto», como anuncia Isaías: Vere tu es

Deus absconditus. Oculto a nuestra lengua, sobre todo. Es decir, a nuestra inteligencia, que, al enunciar cualquier cosa, la ajusta al canon de medida que es el humano: personal, finito, determinado. Justo lo que Dios no puede ser.

Hace hoy con exactitud un año, dos piadosos energúmenos, que sí cargaban kalashnikov, irrumpieron en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo en París. El consejo de redacción estaba reunido para preparar el número de febrero. Los del kalashnikov les anunciaron, como lo más natural del mundo, que venían en el nombre de su Dios –un tal Alá– a ejecutar la condena a muerte que el Misericordioso dicta contra los enemigos del islam. «Venimos a matar a Charlie» por encargo divino, proclamaron.

Parecía una broma. No lo era. Con profesional eficiencia, procedieron a las ejecuciones. Ocho dibujantes, un invitado y un escolta quedaron muertos. Heridos, once: el actual director de Charlie Hebdo, Riss, entre ellos; su mano derecha no volverá a dibujar. Los dos devotos salieron a la calle. Asesinaron a un gendarme. Y cincuenta y tres horas después, fueron abatidos por la Policía, a la que hicieron frente, mirando hacia la Meca, kalashnikov en mano.

Hace hoy un año de aquello. En la portada del aniversario, los supervivientes de Charlie han dibujado no a un Dios, sino a esa caricatura de Dios tras la cual se cobijan, no los creyentes serios, sino la muchedumbre de los supersticiosos que llaman religión a su deseo universal de matar al otro. Y ese monigote que corre, con su túnica salpicada de sangre y sus sandalias y su kalashnikov en bandolera, no es Dios alguno: no de una religión seria. Es el icono feroz de la barbarie, que asesina a todo cuanto no se ajuste al capricho de quien la exhibe. No es Dios; es la careta de los humanos más bestiales. Y sí, tiene razón el editorial de Riss que viene tras la portada: los bárbaros, que se enmascaran bajo disfraz divino, siguen vivos. Y ensangrentados. Y corren. Y disparan.

No han faltado gentes de alma delicada y no carente de inteligencia para reprochar a Riss la brutalidad, el poco matiz de su portada conmemorativa. ¿Poco matiz? Puede. Pero a mí me viene a la memoria el gran Wolinski, asesinado en el nombre de Alá hace un año: «Yo seré un imbécil, pero anda que cuando veo lo que ha hecho con el mundo la gente inteligente…».

GABRIEL ALBIAC – ABC – 07/01/16