Si las fuerzas moderadas quedan finalmente excluidas del nuevo gobierno, el desastre se expandirá en toda la Unión Europea.
Se puede comprender que las elecciones legislativas francesas del pasado domingo hayan pasado relativamente desapercibidas en España. El cenagal político, de carácter tóxico, que hace inviable la legislatura que sufrimos lo podría justificar. Se puede pensar que bastantes problemas padecemos en España como para hacernos cargo de unas elecciones en Francia. No obstante, se trata de unas elecciones históricas, en el segundo, y decisivo país de la Unión Europea. Y no se ve todos los días que un presidente, por razón de la insensatez de su decisión de convocar elecciones, destruya su espacio político –el centro– y quede en situación de gran debilidad.
Todos sabíamos que cuando el presidente francés Emmanuel Macron decidió disolver la Asamblea Nacional el pasado 9 de junio, jornada de las elecciones europeas, Francia iba camino del desastre. Desde entonces la multiplicación de sondeos hasta la primera vuelta del pasado domingo ha acertado de manera prácticamente unánime; no, en Francia no existe un Tezanos para tratar de tomar el pelo a los ciudadanos a base de sondeos que fallan más que una escopeta de feria. Y así ha sido, el presidente Macron que ganó las presidenciales de 2017 y 2022 bajo el lema de “Ni izquierda ni derecha”, que se proponía liquidar los extremos, ha hundido su propio campo de centro. Para tenerlo claro, si en las legislativas de 2022 obtuvo 250 escaños –mayoría simple y cercana a la absoluta–, hoy las predicciones (con todas las cautelas), para la segunda vuelta del 7 de julio le atribuyen entre 60 y 90 escaños (un 20% de votos el pasado domingo). A su vez, la extrema derecha del Rassemblement National (Agrupación Nacional) de Le Pen pasa de contar 89 escaños a obtener una proyección de entre 240 y 270 escaños (un 33,15% de votos en la primera vuelta). Cerca de la mayoría absoluta –289 escaños– y desde luego primer partido de Francia, con ese porcentaje de votos. Que un tercer bloque, el Nuevo Frente Popular, donde se entrecruzan socialistas, ecologistas, comunistas y la extrema izquierda de la Francia Insumisa del desaforado líder rupturista Jean Luc Mélenchon, a quien las proyecciones dan entre 180 y 200 escaños (un 28% de votos en primera vuelta); y finalmente, los Republicanos, viejo partido conservador de estirpe gaullista, hoy reventado entre quienes buscan el acercamiento con Le Pen, y los que no, a quien las proyecciones arrojan entre 30 y 50 diputados.
Hay que recordar que Le Pen hace todavía media docena de años proponía salir del euro; sigue siendo euroescéptica; con amistades con Putin y enemiga de las sanciones a Rusia
El mismo lunes 1 de julio, el gran diario conservador francés Le Figaro publicaba una editorial con el llamativo título “Tragedia francesa”, en que se leía: “Cuando los historiadores analicen la disolución no tendrán más que una palabra: desastre (…) ¡Qué campo de ruinas! El jefe del estado hacía profesión de cerrar la ruta a los extremos; no han sido nunca tan altos. Tomada en la tenaza de este cara a cara mortífero, Francia se encuentra situada delante de la doble perspectiva de la aventura política o del bloqueo institucional: las dos facetas de una crisis de régimen. Gracias, Macron! (…). La insondable ligereza de un hombre que, por despecho narcisista tomó el riesgo de hundir a su país en el caos. La exasperación, sobre todo, de este malestar democrático que después de tantos años se alimenta –inseguridad, inmigración descontrolada, deuda, déficits, crisis de los servicios públicos, desindustrialización…– de nuestras debilidades y de nuestros abandonos (…). El cuadro está fijado: la polarización que se expresa a través de la multiplicación vertiginosa de los duelos RN–LFI dibuja como un hacha un paisaje político radicalmente nuevo”.
Efectivamente, es un escenario de pesadilla. Entre la extrema derecha de la Agrupación Nacional que lo es por mucho que haya intentado desdiabolizarse estos años: hay que recordar que Le Pen hace todavía media docena de años proponía salir del euro; sigue siendo euroescéptica; con amistades con Putin y enemiga de las sanciones a Rusia por la guerra de Ucrania; con un antisemitismo que se encuentra en los genes de ese partido; xenófobo. Y un bochornoso final de campaña en que calificó como puramente honorífico el título del jefe de los ejércitos que corresponde constitucionalmente al presidente de la República. Para después cuestionar el derecho de los ciudadanos de doble nacionalidad en cuanto al acceso a altos cargos de la administración pública, lo que supone una quiebra absoluta del sacrosanto principio de igualdad que rige en la República francesa y es muestra evidente del carácter racista de ese partido. Sí, se puede alambicar lo que se quiera el lenguaje, pero Le Pen es la extrema derecha francesa. Y trae una proclama de odio y enfrentamiento entre los franceses.
Y por la extrema izquierda, la Francia Insumisa de Mélenchon, euroescéptico, contrario a sancionar a Putin y antisemita enloquecido, incapaz de definir a Hamás como organización terrorista, que domina el Frente Popular a través de la Francia Insumisa, su fuerza mayoritaria.
Tengamos en cuenta que no puede haber nuevas elecciones hasta dentro de un año; que, en una situación de ingobernabilidad, no faltarán voces que pidan la dimisión del presidente Macron
Es difícil dar con una salida lógica a semejante tenaza entre extremistas. Si la Agrupación Nacional obtiene la mayoría absoluta, el presidente del gobierno sería Jordan Bardella, en una cohabitación dura –durísima– con el presidente Macron. Sin ir más lejos, la política para con Ucrania, problema existencial para toda Europa, estaría en permanente tensión. Para la segunda vuelta la única duda es si la Agrupación Nacional obtendrá la mayoría absoluta o se quedará a las puertas. Nadie discute a estas alturas que la Agrupación Nacional ganará las elecciones legislativas.
En caso de que la Agrupación Nacional no obtuviera la mayoría absoluta, únicamente se avizora el bloqueo institucional, que sería seguido de incalculables desequilibrios. Se pueden argumentar otras fórmulas imaginativas, vaya uno a saber, pero se anticipa muy difícil formar un gobierno con fuerzas moderadas, atrapadas por la tenaza de la Agrupación Nacional y de la Francia Insumisa. Tengamos en cuenta que no puede haber nuevas elecciones hasta dentro de un año; que, en una situación de ingobernabilidad, no faltarán voces que pidan la dimisión del presidente Macron –con mandato hasta 2027–, lo cual aceleraría más esa sensación de crisis de régimen que recogía el editorial transcrito de Le Figaro.
La posible cohabitación
Sí, es un momento histórico para la V República, modelo de estabilidad institucional, que nunca se había vivido desde su fundación por el general De Gaulle en 1958. Una cosa fueron cohabitaciones entre espacios moderados (Mitterrand con Chirac o Balladur, o el propio Chirac con Jospin). Pero cosa muy distinta –que pone literalmente los pelos de punta– sería una cohabitación entre Macron y Jordan Bardella, si ésta se produjera.
Es la sensación de que Francia ha perdido el rumbo político sin que se adivine ni cómo, ni cuándo, ni a cargo de quién se puede reenderezar. Si las fuerzas moderadas quedan finalmente excluidas del nuevo gobierno, el desastre se expandirá en toda la Unión Europea.
Entre tanto, no queda sino esperar al próximo domingo 7 de julio, fecha de la segunda vuelta. El deshilachamiento del Frente Republicano contra la Agrupación Nacional –muchos electores centristas y moderados se instalan en el NI–NI, es decir, ni Agrupación Nacional ni la Francia Insumisa, las numerosas triangulares que se celebrarán, obligan a esperar un resultado imposible de calibrar hoy, por más que se centre en si la Agrupación Nacional conseguirá o no la mayoría absoluta.