Verán ustedes, en éstos tiempos de modernidad, sororidad y sostenibilidad es menester sustituir todo lo que de viejo, heteropatriarcal y tardo franquista exista. Es el nuevo paradigma: todo lo antiguo es facha y lo que nos lleve la contraria, también. Mucho tardaban los censores progresistas en suprimir el logo del Senado y lo extraño es que no lo hayan hecho antes. Dónde se ha visto que la segunda cámara tenga como símbolo a una corona presidiendo los cuarteles con las enseñas de los viejos reinos que unificaron los Reyes Católicos y, por si fuese poco, el collar del Toisón de Oro enmarcando ese conjunto que tan poco se compadece con la nueva realidad social comunista separata. ¡Herejía, caballeros, herejía!
Pero como nada escapa a la bola que está demoliendo nuestro estado de derecho, al final cayó el viejo símbolo siendo sustituido este por una cosa sinsustancia, pálida, inocua, que está entre aquel dibujo del film “Todos a la cárcel” de Berlanga y, ¡ay!, el de la Asamblea Nacional Bolivariana de Venezuela. Así que ya tenemos nuevo logo y con eso ni hay paro ni hambre en España y el problema territorial queda resuelto. Porque hay que estar a lo importante, señores, y quien podría discutir que cambiar con carácter de urgencia esa antigualla de coronas, toisones y escudos históricos por algo moderno, lo que equivale a decir vacuo, huero e insustancial, es lo que debe hacer la clase política. Ya que a nuestros próceres paréceles más perentorio el asunto de los logos – en Barcelona sufrimos una auténtica epidemia cuando los Juegos Olímpicos y sabemos bien lo que es eso – también podrían cambiar el logo al Congreso y poner como tal un cajón de frutas, ya nos entendemos. O al ministerio de la presidencia una S de Sánchez, aunque bien mirado eso podría aplicarse a cualquier ministerio actual.
Mucho tardaban los censores progresistas en suprimir el logo del Senado y lo extraño es que no lo hayan hecho antes
Todo puede y debe ser cambiado y nadie debe negar el derecho a esa mutación. ¡Un español, un logo!, ese debe ser el grito de guerra y ese nuestro horizonte político, pues el resto de gravísimos problemas que aquejan a la nación se quedan pequeños al lado del asunto del logotipo, escudo, emblema o bandera. Y digo bandera porque las que tenemos también son de suyo antiguas, más que el hilo negro. Para empezar, ahí tenemos la enseña nacional, la rojigualda con el escudo. No siendo, además, del gusto de la zurdería montada del Canadá que nos gobierna, ¿A qué prologarla más? ¿Acaso no sería mucho mejor y más moderno cambiarla por otra distinta, más acorde con los nuevos tiempos? Digo más, servidor propone tener una bandera diferente cada semana. Así, una sería la que llevase el rostro del Che Guevara, otra la irisada, otra la de la lengua de los Rolling, otra con la cara de la Pantoja – hay que contentar a todo el pueblo – e incluso podríamos poner una con la efigie inmarcesible de Belén Esteban. Personalmente, me pido la de El Fary. A tal efecto, el gobierno habilitaría unas delegaciones en las que bien podría colocar a los que todavía esperan chupar del bote y en las cuales el social comunista llevaría su propuesta de bandera; luego, Puigdemont con sus urnas de plástico haría el recuento de papeletas y la que saliera, hala, sería la enseña oficial de España siete días.
Y que nadie se mese los cabellos diciendo que esta es una cosa banal. Al contrario. Porque aquí las discusiones suelen ser siempre por banderas, sillas, sillones o quien va primero en la comitiva. O sea que no creo que vaya uno tan desencaminado. E insisto, me pido la bandera de El Fary acompañada por el himno, que también sería semanal. En este caso, lo suyo sería “La Mandanga”, evidentemente.