Lourdes Pérez, DIARIO VASCO, 6/6/11
Las instituciones vascas se encaminan a gobiernos polarizados y con cuatro colores tras la irrupción de Bildu y la división entre nacionalistas y socialistas fraguada hace una década
El 13 de mayo de 2001, hace ahora diez años, el nacionalismo institucional del PNV y EA y los socialistas vascos coronaron la ruptura que había empezado a fraguarse en 1998, cuando el entonces partido de Nicolás Redondo abandonó el Gobierno de coalición para no volver y arrancó la entente soberanista del Pacto de Lizarra. Aquel 13 de mayo, en el que los vascos fueron a votar masivamente en las autonómicas más crispadas de la historia de Euskadi, la marea de sufragios cosechada por Juan José Ibarretxe abortó las aspiraciones de alternancia en Ajuria Enea de Jaime Mayor Oreja y el propio Redondo. Desde entonces, el viejo entendimiento entre el PNV y el PSE ha ido quedando arrumbado en el recuerdo, aunque elección tras elección se especule con la recuperación de la alianza entre jeltzales y socialistas como fórmula para asegurar la gobernabilidad de las instituciones vascas.
Esta vez no ha sido una excepción. De hecho, la suma de ambos partidos es la única que podría contrarrestar el ascenso de Bildu al poder en Gipuzkoa. Pero a falta de cinco días para la constitución de los ayuntamientos y de la posición que adopten hoy el EBB y la asamblea nacional jeltzale, ni el PNV ni el PSE parecen estar por la labor de reanimar su antigua alianza, ya tan en desuso. Ni el partido de Urkullu y Egibar parece dispuesto a cortar con sus escaños el paso a Bildu, ni los socialistas sienten a estas horas la llamada de la responsabilidad que les susurra que apoyen a Markel Olano sin contrapartidas previas para impedir que gobierne la coalición abertzale. «Por la virgen de Arrate» que esta vez no, jura y perjura a interlocutores propios y ajenos el consejero Iñaki Arriola, líder del PSE guipuzcoano.
Si el análisis de urgencia la noche electoral sugería una eventual combinación entre nacionalistas y socialistas frente al ‘efecto Bildu’, el transcurso de los días no solo ha ido difuminando esa posibilidad sino que todo apunta a que la relación entre el PNV y el PSE puede salir de estas negociaciones incluso más maltrecha de lo que entró. Las condiciones anticipadas por unos y por otros -con la cabeza de Odón Elorza entregada ya- han elevado hasta el infinito el precio de un acuerdo. Entre el vértigo de perder la Diputación de Gipuzkoa y el vértigo de frustrar a una Bildu que ha arrastrado hacia sus siglas al grueso del soberanismo, el PNV sigue inclinándose a día de hoy por dejar campo libre a la coalición, aunque presentará a Olano a la investidura por si el vértigo les entra a los demás en el último minuto. Pero no parece factible ni que Bildu vaya a arrugarse ante el desafío al que le han abocado las urnas -22 junteros son demasiados como para desistir de gobernar-; ni tampoco que los socialistas, y en su caso el PP, sufran un ataque de mala conciencia que les empuje a asegurar el sillón presidencial para Olano sin pacto anterior sobre Donostia y otros ayuntamientos de Gipuzkoa y también sobre la Diputación de Álava.
En esta tesitura difícilmente podría operar un arreglo Zapatero-Urkullu, y no solo porque el primero ha perdido ascendiente sobre los socialistas vascos. Una vez expresado su respeto a lo que significa Bildu como lista más votada y en los términos en que lo ha hecho, el PNV no puede, por coherencia, pactar nada con el presidente español que se interprete como una maniobra para excluir a la coalición abertzale. Sin perder de vista que la amenaza de dejar caer a Zapatero antes de que acabe la legislatura implica un riesgo para los propios peneuvistas, que están a punto de iniciar su complicado proceso de renovación interna, aún no han elegido a su candidato a lehendakari y a los que perjudicaría una eventual entrada de Bildu en el Congreso con su actual potencia de voto.
La irrupción de Bildu, si se consuma, en el gobierno de las grandes instituciones del país, la recomposición que ello implica en el universo nacionalista y el desgaste operado en el PSE tras haber tocado techo con la llegada de Patxi López a Ajuria Enea abren un escenario inédito en Euskadi. Una Euskadi que habría llevado hasta el extremo de lo imaginable su pluralidad política, avanzando hacia un reparto centrífugo del poder: el Gobierno Vasco, en manos del PSE; las diputaciones de Vizcaya y Álava y el Ayuntamiento de Bilbao, en las del PNV; Vitoria, para el PP; y Bildu al frente del Ejecutivo foral guipuzcoano y San Sebastián. Semejante fragmentación puede resultar ingobernable a falta de dos años para las autonómicas. Pero también deja entrever entendimientos forzosos entre el PNV y Bildu, entre ambos y los socialistas según la materia en discusión e incluso con un PP con el que la izquierda abertzale pretende abrir vías de interlocución para el final de la violencia.
Si Bildu entra como un nuevo actor en el liderazgo de las instituciones, se hará más complicado que un solo partido pueda reivindicar para sí, y con carácter más o menos hegemónico, la centralidad de Euskadi. En caso de perder la Diputación de Gipuzkoa y de lograr la de Álava gracias a los votos de la coalición soberanista, el PNV tendrá que hacer un sobreesfuerzo para seguir presentándose como el «cauce central» de la sociología vasca. La defensa de ese espacio cada vez más difuso como eje del proyecto socialista también estuvo presente tanto en la intervención del lehendakari ante el comité nacional del PSE, como en algunas de las voces críticas que se escucharon en el mismo. Pero ese objetivo resulta hoy más titánico si cabe para López y los suyos, ante el achicamiento de espacios y el repunte del voto nacionalista que ha dejado el 22-M.
Lourdes Pérez, DIARIO VASCO, 6/6/11