Xosé Luis Barreiro, LA VOZ DE GALICIA, 5/12/11
E l hecho de que los españoles sigamos celebrando con solemnidad el aniversario de la Constitución de 1978, y de que, para no empañar sus significados y sus consensos, mantengamos la diferencia entre esta celebración y la artificiosa Fiesta Nacional del 12 de octubre, demuestra que aún nos consideramos una democracia joven, que seguimos creyendo en la necesidad de recordarles a nuestros hijos que algunos acontecimientos negros de nuestra historia aún están a tiro de piedra, y que los valores de la libertad hay que construirlos y defenderlos mediante una perseverante acción y participación ciudadana a la que todos estamos obligados e invitados.
En tales circunstancias sería lógico que todos dedicásemos los días de hoy y mañana a glosar la importancia de un texto que resume el mayor esfuerzo de consenso y progreso político que registra nuestra historia, y que, poniendo por delante el espíritu constructivo de la transición, empezásemos a hablar de lo que permanece o envejece en un texto que vio pasar en poco tiempo muchos y muy trascendentales cambios.
Pero esta celebración ya está irremediablemente unida a lo que el profesor Moralejo bautizó como «el puente de la Inmaculada Constitución», y por eso estamos condicionados por dos hechos que, aunque de forma paradójica, nos recuerdan que estamos viviendo en un tiempo de fuertes convulsiones. Porque, mientras la crisis se agudiza, millones y millones de españoles se han lanzado a las carreteras, trenes y aeropuertos en busca del viaducto de tres vanos que nos evita varar en los recortes, la austeridad y la lucha por la competitividad. Y porque, mientras la fiesta oficial nos invita a reflexionar sobre la posible fatiga de un texto maravillosamente vivo, que seguimos considerando esencial para mantener la paz y el modelo de vida que disfrutamos, en París y Berlín nos están recordando que todo eso ya se juega en los Tratados de la UE, y que nuestro verdadero debate ha cambiado de marco, de nivel y de extensión.
Personalmente creo que ese es el camino, y que la mejor reforma de nuestra ley fundamental sería la que procedente de los Tratados de la UE, obligase a introducir en todas las constituciones europeas un título común relativo a la construcción solidaria y democrática de Europa y a la definición de los derechos y del acervo político que queremos compartir. Porque lo que empieza a suceder de hecho debería plasmarse en el derecho, y porque no deja de ser una actitud inmadura la de esta Europa que se atreve a hacerlo casi todo y no se atreve a escribir casi nada. Pero esta salida aún es utópica, porque nuestro déficit de pensamiento, discurso y liderazgo es mucho mayor que el que suman en euros los Estados, los ciudadanos y la banca. Y porque ninguna de estas cosas se pueden fabricar en serie en las imprentas del BCE.
Xosé Luis Barreiro, LA VOZ DE GALICIA, 5/12/11