Hacia una falsa Transición

El Correo-JUAN CARLOS VILORIA

Medio país contiene la respiración. Y el otro medio se frota las manos. Así está la coyuntura desde que Pedro Sánchez, sin ruido ninguno, encendió la luz de La Moncloa y empezó a mover los resortes del poder. Desde allí va desvelando gota a gota un programa desconocido que no se sabe muy bien si forma parte de su lado oscuro o de pactos bilaterales alcanzados en algún reservado para garantizarse los apoyos necesarios para derrotar a Rajoy en la moción de censura. Pero los primeros movimientos indican una voluntad de romper las costuras del traje a medida que España se hizo en la Transición. Convertir el Estado de las autonomías en una ‘nación de naciones’ no es una decisión para articularla en un par de reuniones con Torra y Urkullu. Utilizar el franquismo como leit motiv de guiños para una parte de la opinión pública tampoco es irrelevante. Y desvirtuar los pilares constitucionales trocando un intento de secesión en Cataluña en una ‘crisis política’ como otra cualquiera, no se puede tampoco considerar parte de un juego de tacticismos.

Todo eso y alguna más de las sorpresas que está sacando del sombrero el presidente socialista constituyen algo así como una segunda Transición. Pero una falsa Transición. Por su propia esencia e historia, la Transición, la primera o las que pudieran afrontarse requiere de una voluntad de conciliación general. No la imposición de unos sobre otros. Solicita la participación de todas las fuerzas políticas en el diseño de un nuevo terreno constituyente y ordena que romper con consensos anteriores sea resultado del esfuerzo común de la inmensa mayoría. Durante años estuvo de moda hablar de la necesidad de una ‘segunda Transición’. Era una manera de aludir a eventuales reformas constitucionales o electorales que parecían necesarias para renovar el gran acuerdo del 78. Pero antes de que se afrontase esa tarea han ido apareciendo reinterpretaciones de la historia de España desdeñando aquel pacto que nos llevó sin violencia de la dictadura a la democracia.

Un amigo, antiguo militante del Partido Comunista, ha escrito una novela-memoria de aquellos años (’Horas de piedra’) en la que recuerda la inmensa minoría que en España luchó contra el franquismo. Y la inmensa mayoría que al correr del tiempo se subió al carro de los antifranquistas. Ese hecho explica la frivolización que muchos de los que nunca probaron la hiel de los calabozos de la DGS ahora menosprecian la sangre, sudor y lágrimas que costó construir la Transición. Ahora no venimos de una dictadura, sino de un Gobierno centro-derecha dirigido por un partido impecablemente democrático. Así que no se puede intentar reproducir un clima de opresión como el que existió en la dictadura para justificar una falsa Transición. Si nos empeñamos en saltarnos nuestra propia historia el resultado será: menos unidad, consenso y nación. Claro que algunos se frotan las manos.