Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 28/9/11
El primer gran acto llamativo que inaugura la campaña electoral ha sido la declaración que han realizado los presos que siguen bajo las disciplina de ETA. Todos los partidos y colectivos han tenido que dar su opinión al respecto, y la sensación para la ingenua opinión pública es que tras este comunicado estamos más cerca de la paz. Y si esa cercanía es cierta, evidentemente, eso sí que se merece el premio de que se les vote.
Pero si lo leemos nosotros mismos, y nos dejamos de interpretaciones mediáticas interesadas en manipular el hecho, descubriremos una declaración barroca donde las haya, de tono belicista, arrogante y retadora. Como bien dice un buen conocedor de ese mundo, los presos han perdido la oportunidad de dejar clara su opinión sobre el final inexorable de la violencia. Por el contrario, las condiciones que ponen son una tras otra inasumibles por cualquier Estado que no se declare en huelga -aunque de todos es sabido que el nuestro lo ha hecho más de una vez-.
Sus peticiones -ser reconocidos como interlocutores imprescindibles por el Estado, la amnistía, la autodeterminación y una serie de lo que llaman derechos penitenciarios «sin contrapartidas»- son muy difíciles de asumir por el Estado. Y, por el contrario, rechazan precisamente a lo que tienen derecho, a los beneficios penitenciarios reconocidos legalmente, que califican de «política astuta». Demasiado infantil todo para merecer, siquiera, este comentario.
Pero, cual papamoscas atontados, hemos dado curso sobre el tema a opiniones, chorros de tinta, imágenes y discursos radiofónicos, quizás más llevados por los deseos que por la realidad. Como aldabonazo propagandístico pueden sentirse satisfechos sus promotores, máxime cuando mucha gente no dudan en calificar como positivo lo que es insuficiente y, para colmo, amalgaman la información del manifiesto de los setecientos con la actitud de los disidentes de Nanclares liderados por Pikabea.
Declaraciones heroicas la de esta persona, atravesada por un humano dolor tras el reconocimiento de su error, filmadas por Eterio Ortega en un documental sobre los amagos del final del terrorismo a partir de la opinión exclusiva de nacionalistas. No confundir las sinceras palabras de Pikabea, hijas de una profunda reflexión que asume el error de atacar la dignidad humana de otros seres, con un show electoral más del nacionalismo radical destinado a transformar la derrota policial de ETA en una victoria política. En el caso del preso de Nanclares, me merecen todo el respeto y solidaridad humanas; en el otro, la más profunda decepción al observar la inexistencia de una auténtica voluntad por asumir la paz. Pues la paz empieza por ser respetuosos con la realidad y no pervivir en la enajenación que sigue justificando un pasado de muerte y coacción para alumbrar un imposible futuro de convivencia.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 28/9/11