JORGE BUSTOS-El Mundo
LA ÚNICA verdad que deben contemplar los aficionados al diseño de pactos poselectorales no es el cordón sanitario al PSOE, ni la foto de Colón, ni los entrañables órdagos de Podemos y Vox. Estos marcos mentales, tan coloridos, pertenecen a la prehistoria electoral, remoto periodo comprendido entre mayo de 2015 y mayo de 2019 en que se trataba de evitar a toda costa la consideración del votante como mayor de edad. Pero es hora de abandonar la infancia. La única verdad, españoles, es que la campaña ha muerto. Los votantes han repartido nuevas cartas y los partidos jugarán nuevas bazas. Hay un puñado de ciudades y al menos cinco autonomías en disputa: Madrid, Castilla y León, Aragón, Murcia, Navarra. Ciudadanos decidirá con quién manda en todas ellas. A esa capacidad de decisión que Podemos ha perdido se le llama poder, y el poder en manos de Rivera no es algo que tranquilice ni al PSOE ni al PP. Tampoco a los politólogos acostumbrados a que mande el PSOE o el PP, autómatas binarios que profetizan la desaparición de Cs un minuto antes de que se abran las urnas y Cs mejore notablemente sus resultados; momento en que se apresuran a pedir dimisiones. Pero la politología es hija de la ufología y el papel cuché, y nadie es del todo responsable de sus obsesiones.
El vetusto engranaje del maniqueísmo nacional empezó a griparse ayer cuando Arrimadas anunció un comité negociador de gobiernos constitucionalistas (incluyendo al PSOE) que jubilaba la socorrida plantilla mental de las-tres-derechas. En ese preciso instante Cs volvió a parecer peligrosamente socialdemócrata a los conservadores sin dejar de exhibir un amenazante perfil conservador a los ojos de los socialistas. Todo depende del punto del mapa donde se libre la batalla y se pueda defender el propio programa. La portavocía de Mesquida y los mensajes de Villacís balizan la misma intención: diálogo a derecha… y a izquierda. Cuando las elecciones pasan, la vida inteligente –ondulante, diría Pla– recobra su honorable lugar en la política.
En tiempo electoral lo complejo se administra en unidades concentradas de sentido, brebajes energéticos para movilizar al elector, normalmente contra alguien. Del atletismo pasamos ahora al ajedrez: el reparto del poder nacional, autonómico y local expuesto en un inmenso tablero para estrategas de mirada larga. La política en su estado adulto, maquiavélico, lejos de la cursilería adolescente y la pueril vetocracia. En cuanto a los españoles ingenuos que creyeron de buena fe en las caricaturas diseñadas por el adversario, tienen todo el derecho a pedir el Nobel de la Paz para Carmena o a seguir buscando el encaje de Cataluña en España. Será mejor que nadie les despierte