Dice el PSOE que el pinchazo de la Diada fortalece a Pedro Sánchez en su negociación con Carles Puigdemont. Eso es lo que dicen. Otra cosa es que se lo crean. Como tampoco se creen lo de llamar «golpista» a José María Aznar mientras negocian la amnistía de varios cientos de golpistas reales. Y entre ellas la del líder del alzamiento. En la Moncloa hay nervios y en Ferraz, más.
Las declaraciones del expresidente del Gobierno corresponden a un comportamiento antidemocrático y golpista.
Le pedimos a Feijóo que, de manera inmediata, hoy mismo, le pida al señor Aznar una rectificación por estas gravísimas palabras. pic.twitter.com/2zaUQfkyev
— Isabel Rodríguez García (@isabelrguez) September 12, 2023
Mayor que el pinchazo de la Diada fue el de Junts y de ERC en las elecciones del 23 de julio y ahí ronean los dos, negociando con el Gobierno una amnistía anticonstitucional y, quizá en unos pocos meses, un referéndum de independencia que generará el mayor conflicto civil en España desde la llegada de la democracia en 1978.
[Yo soy de los que piensan que ese «quizá» es más bien un «con total seguridad si la presidencia de Sánchez depende de ello y la alternativa es peor para él»].
Lean el artículo de hoy de Guillermo Gortázar en EL ESPAÑOL. Pocos tan ilustrativos sobre las raíces de ese mal que los españoles arrastramos desde el 13 de septiembre de 1923 y que hoy anda replicándose como un terremoto con epicentro en la Moncloa.
El verdadero deporte nacional es el rupturismo constitucional y en esas estamos.
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El pinchazo de la Diada, relativo, no tiene por supuesto la menor importancia. Si por apoyo popular fuera, Sánchez estaría pactando con el PP, que tiene dieciséis escaños más que el PSOE y 130 más que Junts. Pero la fuerza de los partidos españoles es hoy directamente proporcional a la necesidad que tenga Sánchez de sus escaños, no del número de votos que hayan conseguido en las urnas.
Y eso porque las elecciones en España no son ya la herramienta que determina la representatividad de los partidos, sino sólo el reparto de cartas previo a la verdadera distribución de esa representatividad, que es la que deciden las necesidades parlamentarias de Pedro Sánchez.
Y eso no es parlamentarismo, como defienden algunos bienintencionados, sino la perversión grotesca del parlamentarismo y una ruptura de los más elementales sobreentendidos democráticos. Esos que dicen que uno no gobierna con quien aspira a quebrar tu país, especialmente cuando los dos partidos centrales del escenario político acumulan una absolutísima mayoría del 65% de los votos.
¿O es que alguien duda que Junts y ERC, con siete escaños cada una, atesoran hoy más poder en el Congreso de los Diputados que el PP, con 137?
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Lo verdaderamente significativo de la Diada de este lunes no ha sido el número de asistentes. Las cifras, además, siempre han sido groseramente manipuladas por las administraciones catalanas, incluso en el prime del agrocarlismo, es decir entre 2016 y 2019. Lo importante es el mensaje lanzado por ese 10-15% de hiperventilados que son los que en Cataluña cumplen la misma función que cumplen Junts y ERC en el Congreso de los Diputados: el de minorías con derecho a quitar y poner rey.
Extraña, en fin, que el PSOE no comprenda que en Cataluña ocurre lo mismo que ocurre en Madrid. Que el poder no lo detenta ya la mayoría, sino la minoría con la mayor capacidad de chantaje. Y esa minoría con capacidad de chantaje se pasó el lunes pidiendo la dimisión de Pere Aragonès, por botifler, y quemando pancartas con su cara, a sólo unos palmos de las de Feijóo, Sánchez y el rey.
Y eso siendo Aragonès el líder de un partido que ha conseguido algo que no habría conseguido el número 1 de ningún otro partido europeo en ningún otro país de la Unión Europea: el indulto de nueve golpistas, la eliminación del tipo penal que castiga los golpes de Estado en España, y la rebaja de la malversación para que los políticos catalanes no tengan ni siquiera que devolver el dinero afanado durante el procés.
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Obviamente, el mérito no es de Aragonès, sino de Pedro Sánchez, que es el que ha concedido unas mercedes que ningún otro gobernante democrático europeo habría concedido en una situación similar. Pero esa es una sutileza inabarcable para la sensibilidad pedestre, elementalmente primaria, de un nacionalista.
Y el mensaje es obvio. Si ni siquiera esas concesiones arrancadas a Sánchez le han dado a Aragonès el beneplácito de sus votantes, ¿cómo va a dárselo a Puigdemont una amnistía que será vista en la Cataluña independentista como un beneficio personal para políticos que no permite avanzar ni un solo milímetro en dirección de la verdadera y única revolución pendiente: la de la secesión?
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Puigdemont tiene desde este lunes menos incentivos para pactar con el PSOE que los que tenía el domingo. El acuerdo sigue siendo posible, pero lo será a un precio mayor para Sánchez, que ahora se enfrenta a alguien con sus mismos incentivos perversos. Porque el presidente está en manos de esa minoría que representa Puigdemont.
Y Puigdemont, al que le importa un rábano Sánchez y la gobernabilidad de España, y cuyo único interés es el de su parroquia, está a su vez en manos de esa minoría que el lunes quemaba a Aragonès en efigie.
Lo que no ha entendido Sánchez es que Puigdemont juega a dos bandas. La primera es la de su beneficio personal. La segunda, la del liderazgo del independentismo en Cataluña. Ningún acuerdo que no cubra las dos opciones será suficiente para él.
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Haría bien el PP en no creerse esos rumores de segundas elecciones que empiezan a correr por Madrid. Porque es sólo una estrategia del PSOE para presionar a Junts, porque el rumor sale de la Moncloa y porque posibilidad no equivale a probabilidad.