Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez ha hecho del decreto de alarma un envite plebiscitario. No hay asunto de interés público que no haya ensuciado
El órdago cesáreo-bonapartista de Sánchez sobre el estado de alarma -«no hay plan B» dice un gobernante al que le pagamos para hacer planes B, C y hasta Z- esconde una trampa política para el PP, una de esas celadas de ajedrez a las que el director estratégico de la Presidencia es tan aficionado. Moncloa atisba en el debate sobre las medidas de excepción, que soliviantan ya a una buena porción de ciudadanos, una oportunidad para cambiar el eje del «relato» y deshacerse al menos en parte de la responsabilidad de sus continuos fracasos. El presidente mira a Pablo Casado como Harry el Sucio miraba a un forajido -«venga, alégrame el día»- mientras lo esperaba con el dedo en el
gatillo. Venga, atrévete, vota que no y te convertiré en culpable alternativo de todo lo que pueda pasar y hasta de los errores que yo mismo haya cometido. Vota que no y transformaré mi incompetencia en tu pecado político. Vota que no y te culparé del más mínimo rebrote, retiraré los ERTE y las ayudas sociales para echarte encima a autónomos y trabajadores, y no tendrás dónde esconderte cuando ponga el aparato de propaganda oficial a tope de revoluciones. Vota que no y tendré lo que mejor me viene en este momento: una cortina de humo tan espeso que nadie recordará quién provocó el incendio. Hazme ese regalo y lograré que nadie hable del caos, ni de los test averiados ni del récord mundial de contagio de sanitarios. Y si no te atreves, aunque te abstengas, quedarás ante los tuyos como un calzonazos y yo seguiré encaramado en mis poderes semiautocráticos. Te tengo en el cepo y me vas a alegrar el día aunque te propongas lo contrario porque soy un especialista en marcos falsos y hagas lo que hagas saldré ganando.
El chantaje del sábado -otra mentira porque las leyes sanitarias sí ofrecen margen para medidas parciales de emergencia- obliga al líder popular a afinar mucho la respuesta. Casado no es sólo el jefe de la oposición sino del único partido de la derecha con experiencia de Estado; no puede o no debe actuar como un populista al que sólo le importa estimular la visceralidad de sus partidarios. Pero hay un sector de sus votantes entre el que Sánchez suscita una mezcla de rabia y fobia, un compulsivo rechazo que reclama gestos contundentes y drásticos. Esos electores que usan como un agravio la palabra «moderado» no se van a conformar con un discurso de mucho empaque parlamentario. Quieren darle a la mesa del presidente un manotazo y Vox está bien atento a recoger su desencanto.
Lo más deshonesto del envite sanchista es que ha hecho del decreto de alarma un pretexto plebiscitario. Ya da igual si sirve o no para algo; se las ha apañado para dejar su utilidad en segundo plano y convertirlo en un instrumento de aclamación de su liderazgo. Éste es el peor rasgo moral de su mandato: que no hay cuestión de interés público, por seria que sea, que no haya ensuciado.