José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Su baraka declina, su tirón languidece, su imagen se hunde. No conoce la victoria desde que es presidente. No estará un lustro en la Moncloa, como advierte Ayuso
«Veinticuatro bofetadas» certificaba la Canción del gitano apaleado de Lorca. Cinco bofetadas suman ya las recibidas por Pedro Sánchez en las urnas desde que es presidente. Allá donde va, recibe. Tan sólo ganó en Cataluña, una victoria estéril que no bastó para convertir al funerario Illa en ‘president’. Atraviesa un presente oscuro que con el tiempo se fundirá en negro.
Escocido tras tanta derrota, vapuleado por tanto estropicio, Pedro Sánchez empieza a atufar a cadaverina. Cierto es que ensortijar cinco batacazos en otras tantas autonómicas no el acabose pero sí el empezose. Esto es, el principio del declive. No son las trompetas del Apocalipsis pero sí el primer aviso antes de devolver el toro a los corrales. Las dos últimas derrotas han escocido. En ambas, tanto en Cataluña como en Castilla y León, el presidente del Gobierno se implicó con esa audacia de quien va sobrado, con esa arrogancia propia del depredador. El finiquitado Iván Redondo le embaucó para se zafara en la disputa por la Generalitat. Tremendo gatillazo. Ahora ha sido el trolero Tezanos quien le animó a dejarse ver por los campos de Castilla y el presidente reforzó su presencia ante el 13-F con el resultado de sobra conocido.
Un escenario de temblores, un horizonte angustioso: recibo de la luz, 46%; diésel, 27%; gas, 23%; cesta de la compra, 218%…»Eso es mercadería facha», se defiende el club de los asesores desportillados
El PSOE, que había ganado las autonómicas de 2019, aunque sin poder formar gobierno, ha retrocedido ahora siete escaños y 120.000 votos. Tanta derrota, más que una casualidad, se antoja una tendencia. Que va a más. En la próxima cita, Andalucía, también se adivina el trastazo. De derrota en derrota… El penoso tironeo entre Mañueco y Vox, ese vodevil en el que, habitualmente, suele enredarse la derecha para recordarnos que es tonta, apenas logra camuflar la enrevesada situación por la que atraviesa el PSOE. Sánchez no gana ni a las tabas. Con todo el aparato del Estado a favor, con el Consejo de Ministros implicado descaradamente en la campaña, con enorme despliegue de trampas que bordean las lindes del delito, los socialistas no han conseguido un solo triunfo con Sánchez al frente. Han recurrido a todo tipo de incentivos y artificios, desde el Salario Mínimo a las pensiones, de los fondos para el agro al CIS. Con casi toda la masa mediática a su favor, con el Parlamento amanillado, una Justicia atenazada, un Ibex arrodillado, el partido del Gobierno ha mordido el polvo una y otra vez, y otra y así sucesivamente.
Han saturado sus mensajes con el discurso equivocado. Feminismo obsecuente, ecologismo demodé, nacionalismo racista, republicanismo del XIX, cunetas, Valle, franquismo… un mar de pancartas trasnochadas, un despliegue de consignas necias frente a una situación de angustia y emergencia: recibo de la luz, 46%; diésel, 27%; gas, 23%; cesta de la compra, 18%…»Eso es mercadería facha», argumenta el club de los expertos paniaguados. Un 53 por ciento del voto se llevó la derecha en esta consulta de CyL. La izquierda apenas rozó el 35. Demasiados fachas, según parece. Y demasiado cabreo, también.
En el otoño andaluz, la sexta bofetada. En primavera del 23, con las municipales, la ruidosa séptima. Y en enero del 24, con las generales si no hay movida en el calendario, la octava y definitiva
Semanas atrás, cuando las encuestas atisbaban en Portugal un posible vuelco hacia la derecha, José Miguel Tavares, analista del diario Público, descartó un triunfo del conservador Rui Rio, gran valor en alza, porque «los portugueses todavía no están hartos de Costa«. Y en efecto, el primer ministro socialista, contra todo pronóstico, se impuso por mayoría absoluta en unos comicios que le daban ya por sentenciado. Sánchez sacó pecho. La Moncloa festejó con champán. Ferraz celebró con fuegos artificiales. Una lectura errada. A este lado de la península, la situación es muy otra. Los españoles están hartos de Sánchez. Sólo despierta adhesiones entre los amorrados al presupuesto, los separatistas del indulto y los simpatizantes de las capuchas. Incluso algunos dirigentes de su partido, hasta ahora de una obediencia ovina, osan contradecir al aparato y han dejado oír su voz en el tema de ayudar o no a Mañueco.
No puede pisar la calle, no puede ir a un teatro, no puede pasear por un parque. Es el presidente del Gobierno más detestado. ‘Poco empático’ dicen los Migueles. Estos días de campaña sólo circuló por calles blindadas, escenarios enjaulados, locales cerrados…Es el precio a una política que hiede. Alivia el encierro de los etarras, pacta con los sediciosos del supremacismo, se abraza a los amigos del terror.
Su baraka se esfuma, su tirón languidece, sus recursos se agotan. Los cerebros de la Moncloa, casi 800 según las últimas estadísticas, confían en que el año próximo, electoralmente decisivo, repuntará el empleo merced a los fondos de Bruselas y Sánchez se exhibirá, invencible, en la escena internacional en su condición de presidente del Consejo europeo. Poca artillería para concurrir a tan complicadas urnas. Poca metralla para cosechar papeletas. Ocurrirá más bien lo contario. En el otoño andaluz, la sexta bofetada. En primavera de 2023, con las municipales, la ruidosa séptima. Y en enero de 2024, con las generales, si no hay movida en el calendario, la octava y definitiva. No llegará a las 24 del gitanillo lorquiano. Por una sencilla razón. «España no soportaría otro lustro sanchista», ha sentenciado Ayuso. Hartos, dolorosamente hartos. Y entones, plas, salió Casado. Y se fastidió.