Juan Carlos Girauta-ABC
- Es habitual en ciertas gentes de cultura hacer la vista gorda ante los delitos que cometen grupos dotados de códigos de conducta propios
El ritual catalán de la desobediencia nos lo sabemos de memoria. Es una pesadez tribal, una arrebato inducido que no conoce de leyes ni de civilización. No repara en gastos ni daños, pisotea familias y amistades. Puede adoptar formas violentas, ridículas, o ambas cosas a un tiempo, pero siempre desconcierta al forastero. Sometido tarde o temprano a la voluntad de los chamanes, dueños de potentes drogas, acaba el forastero creyendo que está ante la ‘voluntat d’un poble’. Así es desde hace muchos años. Por culpa de tal error de apreciación, el colectivo enajenado y delincuencial no recibe el adecuado tratamiento.
No ayuda a la diagnosis política la evidencia de que una capa social normalmente sensata, el empresariado, trabaje allí con todas sus fuerzas en contra de sus propios intereses, a favor de la inestabilidad, repudiando la seguridad jurídica.
Engolados maleantes de la información han dictado durante décadas el modo en que los cuellos blancos debían interpretar las noticias, en tanto que los medios dirigidos a los menestrales administraban el veneno nacionalista con la cuchara zurda.
Es habitual en ciertas gentes de cultura (pero legas en Derecho) hacer la vista gorda ante los delitos que cometen grupos dotados de códigos de conducta propios. Esta negación del imperio de la ley es estrictamente ilustrada. La Ilustración no es solo la fiesta cándida de Pinker, hombre de buena voluntad. Los dotados para detectar el mal sabemos de las sombras de las luces. La cara demoníaca de la Ilustración la retrataron Adorno y Horkheimer, y no cabe añadir nada. Luego están las caras inquietantes, en plan Bélmez, donde la Razón ya no te transporta directamente a Auschwitz término, pero te deja en las tenebrosas estaciones del relativismo moral, cultural y cognitivo, espacios sin verdad. Caen muy cerca del bosque encantado donde la realidad es discurso.
¡Cómo no van a caer seducidos los multiculturalistas ante unos salvajes con corbata! ¡Cómo no creer que sus excepciones a la legalidad son adaptaciones a una nación cultural! Cómo no iban a ver en el golpe de Estado una ‘ensoñación’, cómo no indultarles, cómo no justificar ese pacto indígena de antier contra la sentencia del Supremo cuando aquí se contextualiza hasta la ablación de clítoris y se lima la responsabilidad del asesinato de honor: «No es el islam», dicen. No, serán el cristianismo y el ambiente europeo, desencadenantes del machismo y la cultura de la violación.
Como comprenderán, si tanta estupidez saliera de analfabetos funcionales no merecería columna ni nada. Si la merece es porque ha salido de las élites. También de las intelectuales. Son los grandes medios, es la universidad, es el Ibex quien nos ha conducido a este callejón sin salida ni ley. Pues bien, esto es lo que hay: o asistimos impávidos al fin de la democracia, o ponemos pie en pared y les decimos que hasta aquí han llegado.