Siempre ha dicho José Luis Garci que, para triunfar en la vida, es más importante la suerte que el talento, incluso en una proporción de 90 a 10. Idea muy compartida por otros creadores -sensatos y modestos- como Woody Allen: «Aquel que dijo que más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida», sentencia la voz en off al final de Match Point. Napoleón, sabido es, seleccionaba a sus generales según su afortunada trayectoria y de Franco decían los moros que era ‘un militar con baraka‘. Ahí vamos. A tener o no baraka, es decir, estar bendecido por los dioses, o por el destino, o por lo que sea que ayuda a que las cosas siempre salgan bien.
A Sánchez, indudablemente, le ha ido muy bien en la vida. Es un tipo afortunado. Sin ser particularmente brillante, ni estar sumamente preparado, ni haber leído siquiera sus propios libros, sin haberse trabajado su título universitario, sin ser un gran orador, ni un exquisito parlamentario, sin haberse labrado una imagen de estajanovista extremo, ha alcanzado la categoría de triunfador. De chiripa, pero ha alcanzado la cima en lo suyo.
Recordemos sus pasos más señalados. Aterrizó en la secretaría general del PSOE casi por accidente, cargo del que le expulsaron sus cofrades tras perder dos elecciones generales con los peores resultados de la historia de su partido. Recuperó el bastón de mando tras una apuesta casi suicida, en guerra frontal con el aparato, y se encaramó finalmente en el sillón de la Moncloa gracias a una casualidad sin precedentes en forma de una moción de censura y amparada en un sortilegio de traiciones, empezando por una sentencia tramposa, una puñalada espaldar con chapela y varios pactos de gobierno contra natura.
Menudean ya los comentarios, entre analistas y gente de la marea socialista en general, sobre el fin de la dichosa ventura que ha acompañado hasta ahora al jefe del Gobierno
Sánchez es audaz, en efecto, carece de principios, desconoce la apalabra ética, es un petulante egocéntrico y, como diría Úrsula, es el más alto y guapo de los primeros ministros de la UE. Todo suma en la elaboración de ese combinado infrecuente del que emerge la baraka, un regalo del destino que, a lo que parece, no es eterno. De hecho, y a la vista de los últimos episodios, menudean ya los comentarios, entre analistas y gente de la marea socialista en general, sobre el fin de la dichosa ventura que ha acompañado hasta ahora al jefe del Gobierno. El caso Ábalos se sitúa en el vértice de esa tendencia declinante en el devenir político del gran narciso, cuyo primer mojón fue la mayoría absoluta del PP en Andalucía, seguida luego por la de Madrid, siguiendo por el cataclismo municipal y autonómico del pasado y coronado, finalmente, por el gran topetazo de Galicia. Un rosario de severos contratiempos acompañados, en paralelo, por ese desgaste incesante que implica presentarse ante la opinión pública, en permanente actitud de servilismo, ante un forajido con sede en Waterloo. Todos estos episodios serían soportables si no se hubiera producido la erupción del volcán Ábalos y su fiel servidor Koldo, una variante de Sancho y Quijote, pero al revés, el más altito es el escudero, cuyas andanzas están a punto de llevarse por delante la baraka de Sánchez y con ella, la Legislatura, el Gobierno y hasta el partido. Es tan brutal todo lo que emerge de ese pudridero de las mordidas de las mascarillas, que parece imposible imaginar que alguien, por más fortuna que tenga, sea capaz de revertirlo. Ni siquiera de sobrevivirlo.
Rajoy, conviene recordar, tuvo que volver a casa sin haber sido ni investigado ni, menos aún, procesado por el caso Gürtel. Bastó la impulsiva impericia de Albert Rivera y una frase venenosa en la sesgada sentencia para lograrlo
Seis ministros (Marlaska, Torres, Montoro, Puente, Vázquez, Albares), dos exminsitros (siniestro Illa y el propio Ábalos), la presidenta del Congreso, altos cargos del Estado, asesores, personal de confianza y, como guinda, la esposa del presidente y el presidente mismo. «Usted lo sabía y lo tapó», acusó Feijóo, ‘sin pruebas’ decía el titular de El País. Como si la prensa del movimiento recurriera alguna vez a las pruebas. ¿Hace falta algo más? De hecho, siguen llegando. Un goteo incesante que amenaza con asfixiar a un Ejecutivo que tiembla de pavor ante un panorama, hasta hace dos días, inimaginable. Hablan de responsabilidades políticas, de renuncias obligadas, de defenestraciones inminentes. «Sueño cada noche con mascarillas», declaraba un activo militante de la banda del progreso. Otros sueñan con barrotes. Rajoy, conviene recordar, tuvo que volver a casa sin haber sido ni investigado ni, menos aún, procesado por el caso Gürtel. Bastó la impulsiva impericia de Albert Rivera y una frase venenosa en la sesgada sentencia para lograrlo.
El Gobierno ha perdido los nervios. Muchos dan la batalla por perdida. Otros, ni siquiera se aprestan a dar batalla alguna. «No sé cómo, pero nos echan, de esta no salimos», reconocía un veterano de Ferraz. La sesión de control del miércoles evidenció el desbarajuste anímico de la familia puñirosa y el avanzado estado de descomposición en el ánimo del Ejecutivo, que ha perdido los referentes, los puntales, sus guías y sus defensores. Sánchez se escapa de la Cámara a los veinte minutos de arrancar la sesión y ahí deja a sus peoncillos, con cara de pasmo balbuciando cositas inciertas sobre Ayuso y la foto del barco de Feijóo. Es una cuadrilla deslavazada, inoperante, severamente asustada y ya sin estrategia alguna para evitar el desastre. Ya no vale recurrir a la ultraderecha y todas esas panoplias de los escribidores del Ala Oeste, aquel conjuro ideado por los migueles (Barroso ya no está) que salvó a Sánchez del trompazo del 23-J. Ahora el enemigo ya no es el PP. Es la corrupción, imbécil, que ha anidado en la cumbre del partido y se expande ya hasta el ánimo de las bases, desorientas y desoladas. «La corrupción éramos nosotros», dan en pensar. El sanchismo se hunde y la baraka de de Pedro parece haberse evaporado.
Sánchez no rebatió a Feijóo cuando le espetó, en el Congreso aquello de «usted lo sabía y lo tapó». No es que le importe mentir, es un biotopo natural, pero acertó con la respuesta
Tan mal les va que ya su única salida consiste en aprobar la ley de amnistía (esa traición al Estado de derecho y al marco de nuestra convivencia democrática), sumergirse en el debate de los presupuestos y pasar raudamente página de la escandalera de Ábalos y sus reskoldos. Un empeño casi impracticable. Sánchez no rebatió a Feijóo cuando le espetó en el Congreso aquello de «usted lo sabía y lo tapó». No es que le importe mentir, es el biotopo natural del caudillo egocéntrico, pero fue incapaz de hilvanar una respuesta. ¿Cómo va a ignorar Sánchez lo que hacía su leal Ábalos, miembro fundador de la banda del Peugeot? ¿Cómo va a desconocer Carletto lo que piensa Vinicius? Todos los dedos de la acusación le señalan, todas las sospechas le envuelven. Ya es vulnerable y el fin le aguarda. Intentará vanamente demorar su salida, inundará de lodo y detritus al partido de la oposición, pero se sabe protagonista de una historia que ha concluido.
Abjuró del honor y se abrazó a la infamia. Pedro, hasta aquí llegaste.