Para describir la crisis del socialismo español baste pensar que Patxi López podría ser el secretario general del PSOE. Se puede argumentar que el principal partido de la oposición se ha dado a sí mismo a Pedro Sánchez y antes, a un secretario general y presidente del Gobierno como Zapatero. Es verdad que éste tenía más gracia, pero también debe admitirse que con él empezó todo, ese sectarismo extremo, el empujar al adversario hasta el límite de la definición del enemigo, lo que eximía a los propios de la necesidad de la autocrítica.
No haber hecho nada mal es un problema, porque no hay que enmendar yerro alguno para salir del pozo, de ahí que la culpa sea toda del otro. ¿Rendir cuentas? ¿De qué estamos hablando? Este partido debió presentarse a las elecciones de 2011 con el artífice del desastre encabezando la lista de Madrid y una vez consumado todo, abrir un proceso de reflexión, hacer recuento de daños y dedicar unos cuantos meses, quizá un año, al propósito de la enmienda, a la refundación. Al no haber tal, los resultados empeoraron y a cada nuevo traspiés, crecía en las casas del pueblo la inquina contra la derecha, culpable de sus desventuras. Hace ya años, un bloguero que firmó Anaxágoras, parafraseó al filósofo contemporáneo de Pericles: «Si me engañas una vez la culpa es tuya; si me engañas dos veces la culpa es mía» y añadía el epígono: «Si me engañas tres veces, la culpa es del PP».
Es inevitable que estos comportamientos se reproduzcan en el interior del partido, como los rumble fish que dieron el título original a la película de CoppolaLa ley de la calle: se vuelven tan agresivos que terminan atacando su propia imagen reflejada en el cristal de la pecera. Lo pudo comprobar ayer mismo Soraya Rodríguez en Valladolid, corrida a gritos de traidora por haber defendido a la Gestora. Es lo que hay.
Patxi es hijo de un dirigente de los socialistas vascos. Como Nicolás Redondo. Pudo ser como él, pero le falló la materia prima y la capacidad de esfuerzo. También la falta de cuajo moral que le impide una fidelidad sostenida a cualquier pacto ético. Dos meses después de la tregua de ETA de 2006, ante el Debate sobre el Estado de la Nación, Zapatero pidió a Rajoy que no usara el terrorismo, a lo que éste accedió, resolviendo el tema en dos minutos. El segundo día, cuando Rajoy había perdido el uso de la tribuna, Patxi López anunció que iba a reunirse con la ilegalizada Batasuna, sin que se legalizara, lo que cumplió el 6 de julio. Veinte meses después atrajo a Rajoy a una emboscada en la capilla ardiente de Isaías Carrasco, para echarle de la misma con cajas destempladas. Su jefe de prensa tenía copiada la soflama para entregar después la humillación a los periodistas. Nunca se ha visto una utilización política tan sucia de una víctima del terrorismo.
Quizá sea el dirigente a la medida de este PSOE, un anuncio del fin. «Quiso ser trueno y se quedó en lamento», escribió Miguel Hernández. Diez años antes, Eliot había anunciado: «Así es como termina el mundo (3 veces): / no con un estallido, sino con un suspiro».