Gabriel Albiac-El Debate
  • Ante el repugnante espectáculo de la mafia en el gobierno, andarse ahora con disquisiciones sobre «izquierda» y «derecha» suena a broma pesadísima. La mafia es el enemigo de todos los decentes: de los progresistas como de los conservadores

Pedro Sánchez no se engañaba aquella noche. 23 de julio, 2023. Adelantar las elecciones generales al corazón del vacacional ferragosto, fue una maniobra a la desesperada. Tras la cual quedaban quemados todos los puentes. Se abría una guerra: matar o morir. Sin lugar para ninguna otra alternativa. El precio que la nación hubiera de pagar por ese envite no contaba. Nada parece haber contado nunca para Pedro Sánchez que no sea Pedro Sánchez. Nada.

En los minutos que siguieron al recuento electoral de aquella noche de hace dos años, quedó dibujado el mapa. El partido de Sánchez —seguir llamándolo PSOE es una burla— había perdido las elecciones. Pero, como un brillante asesor áulico susurrara al oído del presidente, eso no era demasiado importante. La ley electoral española hacía casi imposible que una derecha dividida en dos candidaturas pudiera llegar a obtener mayoría absoluta. Paradójicamente, la consolidación de Vox hacía al PP inelegible. El partido de Sánchez tenía que jugar sobre esa clave. Y maniobrar sin prejuicios.

Sólo había una estrategia de juego con opción ganadora para el perdedor. La aberrante ley electoral multiplica el valor en escaños de los votos catalanes y vascos. Con un puñado de votantes, los golpistas de Junts y ERC dispondrían de los escaños imprescindibles para poner o quitar presidente. Lo que es lo mismo, para gobernar España a través de su hombre de paja: el inquilino de la Moncloa. Naturalmente que eso exigiría completar gradualmente todas las reivindicaciones independistas. Todas. Pero, si de lo que se trataba para el yerno de Sabiniano Gómez era de mantener la presidencia del gobierno, ese precio era perfectamente pagable. Se requería, eso sí, un estómago recio y una perfecta elusión de todo escrúpulo. Cuando los golpistas exigieran amnistía, les sería concedida sin un mal gesto. Cuanto dinero reclamasen, se les otorgaría con cortesía. Y lo del referéndum se iría acomodando en un plazo razonable.

Al cabo de dos años, Sánchez ha jugado sus cartas. Admirablemente. España es gobernada desde Waterloo. Y los sicarios de su partido se ocupan de cosas más serias: hacer dinero. ¿Hay algo en esta vida, de verdad, más serio que eso? También se afanan en trazar la tupida red delictiva que sirva para consolidar la impunidad del robo. Ábalos, Leire, Koldo… son tan sólo los navajeros de proscenio: los hazmerreíres de la banda. Todos sabemos los escalones que la investigación va a tener que ir remontando hasta llegar a la suprema pareja. Si es que un día la suprema pareja acaba por caer. Pero, ¿quién podría asegurar eso? ¡Los tiempos judiciales son tan largos! ¡Y el poder de legislar contra los jueces, tan ilimitado! Los dos años más, con los que amenaza Sánchez, serán más que suficientes para deshacer todo el sistema de garantías. Nadie puede engañarse sobre lo que vendrá luego.

Ayer, la oposición sacó a la calle a la ciudadanía. Bien está, ya era hora. Y la ciudadanía respondió masivamente. Pero no basta. La batalla política debe ser dada en el parlamento. Y nadie queda exento de ella. Ante el repugnante espectáculo de la mafia en el gobierno, andarse ahora con disquisiciones sobre «izquierda» y «derecha» suena a broma pesadísima. La mafia es el enemigo de todos los decentes: de los progresistas como de los conservadores. E, incluso, de los que detestamos la política. La banda que se asienta en Moncloa es el cáncer que acabará con lo que queda de libertad en España. Sacar del poder a tales maleantes es prioritario. No es buen momento para bizantinismos ideológicos. Ser cómplice de un mafioso es ser mafioso. ¿Hasta dónde va a llegar esta farsa?