Francesc de Carreras-El País
Los sucedido en el Parlamento la semana pasada ha desgastado seriamente al independentismo
Mientras en Cataluña el mundo independentista está seriamente dividido, con enredos cada vez más difíciles de resolver, la sociedad catalana e, incluso, las instituciones más impensables, están dando serias muestras de hastío y cansancio.
La sociedad catalana cambió hace un año, el día de la manifestación del 8 de octubre, el domingo siguiente al de las mentiras que se creyó medio mundo, en el que la emboscada que tendió la trama golpista a la policía nacional mostró una realidad que no fue. El discurso del Rey, una pieza antológica de dignidad e inteligencia política, abrió los ojos al inminente peligro que corríamos. Muchos vieron que no estaban solos, se levantó el ánimo de todos.
Los sucedido en el Parlamento la semana pasada ha desgastado seriamente al independentismo. Incluso el más lego en política percibe la falta de seriedad y aquello no fue serio, desde cualquier punto de vista. Además fue repetitivo: ya el año pasado se sucedieron en aquella cámara los espectáculos lamentables que todos recordamos. Se le llama legislativo porque aprueba leyes y es el primero en saltárselas a la torera cuando conviene. Esto lo ve todo el mundo y el ridículo es espantoso. Tras tres meses de estar cerrado el Parlamento porque los partidos independentistas no se ponen de acuerdo, se abre de nuevo y siguen en desacuerdo. El riesgo de ser procesados es un límite a sus actuaciones que hace un año no tenían. Es normal: también los ciudadanos tenemos la precaución de beber bebidas alcohólicas con moderación cuando se pusieron controles. Para eso sirven las leyes, para frenarnos cuando las reglas morales no son suficientes.
Pero, además, ha habido otro síntoma muy significativo: la actitud de los Mossos d’Esquadra, la policía catalana. Una buena parte están hartos de recibir órdenes de sus jefes, motivadas en razones políticas y no en policiales, y cargar con el muerto de su ineficacia cuando la responsabilidad no es suya sino de los mandos. El viernes pasado se inauguró la Escuela de Policía, no se invitó a las autoridades estatales, como era habitual, y los mossos prsentes ni se levantaron cuando entró en la sala el conseller de Interior, el señor Buch. El sábado, 4.500 Mossos se manifestaron en el centro de Barcelona para exigir “dignidad”, “respeto” y, según La Vanguardia, “dejar de volver a ser un instrumento político”. Hacía pocos días que los comandos separatistas estuvieron a punto de asaltar el Parlamento porque sus mandos políticos no les dejaban intervenir.
El independentismo no se acaba, no lancemos las campanas al vuelo. Lo que quizás agoniza es la alocada estrategia de Puigdemont. Parece abrirse paso otra igualmente radical, pero más inteligente: la que propugna Junqueras.