Manuel Marín-Vozpópuli
- Los cuatro podrían haber sido sorprendidos en el Peugeot con dinero y prostitutas, nos dirían que a lo sumo es una infracción de tráfico… y lo creeríamos
Iba a ser el año de Franco y lo ha sido de Begoña, David, Santos y José Luis. Pero aun así, esto del revanchismo guerracivilista ha cuajado una mugre viscosa en España como jamás antes durante la etapa democrática. Da igual que la excusa sea Gaza, la santificación de la corrupción, el aborto, los delirios del CIS o las naderías de un mantenido en el Instituto Cervantes. Da igual la metodología empleada para abrir esta inmensa fractura, y dan lo mismo la altura del muro y la mentira sistemática como argumento. Pedro Sánchez ha hecho de la falacia, el odio ideológico y la obsesión personal por el poder su fortín. De lo que se trata, en definitiva, es de consagrar el fraude de ley bajo la pretendida coartada de una democracia asentada sobre una apariencia de la legalidad que en realidad es falsa.
La principal deficiencia de nuestro sistema democrático, la gran evidencia de la degradación sistémica, es que los cuatro del Peugeot podrían haber sido sorprendidos dentro del coche recontando “chistorras” en sobres junto a prostitutas pagadas con dinero público, y nos convencerían de que como mucho sería una infracción de tráfico leve. Y nos lo creeríamos. ¿Y qué? Pura rutina y la rutina no escandaliza. Vienen, se cachondean del Tribunal Supremo, alegan que uno de la organización, Cerdán, no debería estar en prisión porque, más allá de sus servinabares, sus lechugas y sus soles, en realidad mantenerlo preso desestabiliza la legislatura y corta el imprescindible nexo negociador con los socios parlamentarios. Un argumento jurídico inapelable… si lo que Cerdán pretende es chotearse del Tribunal. Pero llega otro y te dice que ya no confía en su abogado, que es diputado y tal, y que el Congreso es más que el Supremo, y que esto ni es justicia ni nada, sino indefensión. Y hay quien le cree. Y además te meten ‘pen drives’ con pruebas en el tanga de la “sobrina”, y el tal Gallardo se compra un aforamiento porque sí, y el fiscal general destruye pruebas, y al final tenemos “el Gobierno más estable y decente” de Europa.
Te dicen que puede haber otro apagón y nadie se inquieta. Llega Sánchez y te dice que ha cobrado en metálico del partido como adelanto de caja, dos taxis de nada, y Aldama dice tener pruebas de que el PSOE se ha financiado con comisiones del petróleo venezolano. Pero al final, el problema lo tienen Macron, Meloni, Mertz y el resto de inestables, que aquí todo va como debe. Graba la UCO que las primarias del PSOE fueron falseadas y añade Aldama en el programa de Herrera que algunos empleados de Indra pueden confirmar que hubo fraude electoral. O Koldo, que había no sé cuántas ‘chistorras’ de 500 euros para las elecciones.
Y el andamiaje sigue en pie como si nada ocurriese. Y Sánchez te suelta que él por norma nunca felicita a los galardonados con un Premio Nobel. Y te mienten de oficio, y nos reímos por el rostro de cemento armado, pero es tarde. Ya hemos naturalizado la inanidad como fórmula de reacción. Modorra social. Todos atónitos ante la evidencia, pero ejerciendo de absentistas en la protección de la dignidad de la democracia. La secuela de todo esto no es esta ultraresistencia del sanchismo, sino la derrota de la combatividad frente al abuso de poder. La desgana colectiva como cemento en los pies del sistema.
Para quienes crean que la corrupción será la losa del sanchismo y que basta con que la fruta madure para que caiga del árbol por inercia natural, va un recordatorio. El PP ha dado por muerto a Sánchez (políticamente, entiéndase) muchas veces. Y no lo está. El sanchismo ha virado y su objetivo ya ni siquiera es blanquear la corrupción, ni siquiera combatirla. Ha llegado al punto máximo de penalización posible y aun así no le va a bastar al PP para esa aspiración tan leve de gobernar con una mayoría ‘suficiente’. Sobraría con no caer ingenuamente en cada trampa que le tiende el sanchismo. Con el aborto, la inmigración, Israel o lo que venga. La eutanasia por ejemplo, que llegará. Sánchez ha pasado a la ofensiva tras un año aciago en lo político y lo personal. Ahí va el recordatorio: el proyecto de Sánchez no es sobrevivir y dejar que el tiempo pase. Su proyecto, iniciado por Rodríguez Zapatero en 2004, sigue en pie. Por eso, y solo por eso, ningún socio, ninguno, le afea las indecencias familiares en La Moncloa, ni el Peugeot, ni quiere saber si hubo fraude electoral o si dio un tangazo en las primarias. Siguen necesitando a Sánchez porque es su acólito imprescindible para el desmontaje del sistema.
Su proyecto sigue siendo la modificación del sistema político en España y considerar la Transición un armatoste del franquismo superado por lo que debe venir, un Estado plurinacional de corte confederal que no sólo modifique las reglas del juego, sino que instaure las bases para impedir la alternancia política. No es un argumento de facciosos recalcitrantes. Es el diseño predefinido de un engendro y el planteamiento expresado en público por Puigdemont, Otegi, Ortúzar o Junqueras. Y no hay más. La tarea pendiente del sanchismo zapaterista es la sustitución de un régimen autonómico, constitucional, con sus virtudes y sus defectos, por uno pluriestatal en el que cambie hasta la ley electoral para perpetuar fórmulas de bloqueo eterno a cualquier otra alternativa de poder. Referéndum incluido. Y para ello necesita conseguir lo que está consiguiendo, una derecha a garrotazos incapaz de comprender que la batalla por la democracia forma parte de otra dimensión y no de su infantilismo.
Quería Sánchez que la derecha odiase a la izquierda y viceversa, pero ha conseguido el órdago a la grande que la derecha odie a la derecha, con Vox envalentonada y el PP en sus primeros temblores de piernas. Y eso ocurre porque la izquierda conoce a la derecha mucho mejor que la derecha a la izquierda. El sanchismo queda así naturalizado y normalizado, y cada vez que la derecha atisba que hay molde para ganar —con cualquier fórmula que pasase por una entente PP-Vox cada vez más improbable—, Sánchez se crece.
La virtud de Sánchez consiste en enmascarar su propia debilidad para transformarla en fuerza y hacer ver que lo que tiene enfrente es sólo eso, una derecha que se anula a sí misma. De ahí, la consagración de la paradoja, la sospecha de que Sánchez juega a no perder el poder porque tiene recursos ilimitados, una carencia cósmica de ética y la certeza de que el votante de la derecha no se va a aclarar jamás. Y menos aún, si aparece un sucedáneo de Ciudadanos, o de algo que se le parezca, de la mano de Miriam González, o si se cuela en la ecuación otra derechita más, la de Espinosa de los Monteros, con esa cosa de la regeneración, el liberalismo y los lugares comunes de un centrismo que, a la larga, desquicie más aún al electorado que el PSOE aborrece. Hay algo en todo este proceso de sumisión química de España al sanchismo que la derecha no está sabiendo leer con inteligencia.