Juan Carlos -ABC
- Un grupo que gira en torno aldiario ‘El País’ se ha arrogado latarea de dictar el canon de la izquierda por la vía rápida
DE tanto ampliar el mosaico de causitas que componen su ser, los progresistas se han hecho un lío. Lo divertido del adjetivo progresista es que ahora mismo identifica todo aquello que un día la izquierda deploró, aquello contra lo que luchó o dijo luchar. En España, sin ir más lejos, se pretende progresista el partidario de desmembrar el Estado sobre premisas tributarias del romanticismo político, o al menos de establecer tratos diferenciados, materializados en privilegios objetivos, para zonas que ellos llaman ‘naciones’ porque tendrían historia. Al resto le deparan una especie de régimen general. Tirando de su lógica, las Castillas, Extremadura o Murcia carecerían de historia. Quien no caiga dentro de una de las supuestas naciones de España se convierte en ciudadano de segunda. Una cosa progresista.
En el mismo lío, y en la misma apropiación indebida del término ‘progresista’, se sitúa el borrado de la mujer, consecuencia inevitable de la multiplicación de identidades de género y de la adquisición de alguna de ellas mediante mera declaración. Es la autodeterminación de género, que traspasa las fronteras de la libertad individual, entendida en el único sentido que no rompe su esencia, que es el del respeto al ámbito de libertad del prójimo. Esto es, al marco de ejercicio de las libertades y derechos que corresponden a cada cual. Este marco fue redefinido en las democracias liberales contemporáneas por correctores orientados a reducir la desigualdad de oportunidades. Se trata de la discriminación positiva, sujeta a discusión teórica pero ya implantada y en pleno funcionamiento cuando los sedicentes progresistas empezaron a reducirla al absurdo con su obsesión identitaria. Un intervencionismo directo que cae de lleno en la ingeniería social. Por eso las feministas que normalmente se alineaban con la izquierda rechazan que cualquiera pueda ostentar la condición de mujer con solo afirmarlo, vinculando su decisión al resto de la sociedad. Son esas feministas quienes mejor han denunciado las consecuencias de la autodeterminación de género en ámbitos como el deporte o las prisiones.
Del lío de la izquierda dan fe los enfrentamientos internos desatados con motivo de la corriente nostálgica impulsada por algunos intelectuales que están reparando en las virtudes y valores de un mundo que la modernidad se ha llevado por delante. Subyace ahí una razón contundente: sus padres vivían mejor que ellos. Un grupo que gira en torno al diario ‘El País’ se ha arrogado la tarea de dictar el canon de la izquierda por la vía rápida: señalar con el dedo a los progresistas nostálgicos. La purga ha comenzado con el libro ‘Neorrancios. Sobre los peligros de la nostalgia’ (el yugo y las flechas en la portada), donde once autores descubren fascistas en el progresismo. Según la editorial, la obra «da pautas sobre hacia dónde debería enfocar la izquierda sus demandas». Hay lío.