IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Caben otras maneras de conseguir mayores ingresos. Por ejemplo, la más sana es aumentar el número total de empleados y el de cotizantes, de tal manera que cada pensión repose sobre un número mayor de trabajadores en activo. Incluso se podría intentar reducir los gastos, retrasando la edad de jubilación de manera rotunda en consonancia con el estiramiento de la esperanza de vida. En 2022 la edad de retiro será de 66 años y dos meses, cuando debería de ser de 70 años. Pero todo eso produce mucha fatiga, da resultados a largo plazo y enerva a muchas personas a corto. A ningún gobernante le sale rentable. El costo lo asume él y ahora, mientras que el beneficio, si lo hay, lo disfruta el siguiente. Por eso es más sencillo subir las cotizaciones y decidir que la mayor parte de la subida correrá a cargo de los empresarios. La fórmula es perfecta: más dinero, más pronto y menos quejas.

Luego, para ser un gran político es obligado tener cintura flexible. Todo eso se le ocurrió hace ya una semana al ministro Escrivá, que propuso subir medio punto las cotizaciones sociales y repartirla equitativamente entre empleados y empleadores. Es un maestro en el lanzamiento de ‘globos sonda’, así que enseguida salimos los aguafiestas de turno, picamos el anzuelo y nos pusimos a decir que eso era muy poco, que no llegaba a nada; mientras que los sindicatos se quejaban del reparto por considerarlo poco equitativo. Bueno, pues nada, se cambia y ya está. Ahora nos propone aumentar más las cotizaciones -0,6 puntos- y repartirla en tres partes. Dos de ellas las pagarán los empresarios y una, los trabajadores.

¿Es una decisión definitiva? ¡Uy, qué va! Si nos fijamos en la experiencia, de aquí a que la idea se convierta en ley puede cambiar todavía tres veces. Quizás cuatro. Pero ahí está. Ahora póngase a discutir, que enseguida le toca pagar.