Hay partido

EL MUNDO  02/11/16
JOSÉ MARÍA ALBERT DE PACO

Anoche se cumplió un decenio de la mayor conquista política del constitucionalismo en Cataluña: la llegada de Ciudadanos al Parlamento catalán. El 1 de noviembre de 2006, transcurridas las once de la noche, los dirigentes y militantes de primera hora de la bisoña formación estallaban de júbilo en el hotel Calderón, en la Rambla de Cataluña, tras anunciarse en televisión la obtención de tres diputados en las elecciones autonómicas.

En estos 10 años, a Ciudadanos le ha dado tiempo de malbaratar su empuje inicial, rondar la marginalidad, resurgir de sus cenizas, liderar la oposición en Cataluña, aspirar a la presidencia de España, fracasar en sendos intentos y escorarse hacia el catalanismo moderado, sea eso lo que sea, en la comunidad que le vio nacer.

En cierto modo, se trata de un partido con una capacidad sin igual para sobrevivir a sus propios errores que, históricamente, lo han sido por anteponer el cálculo a las convicciones. Ahora, y tras rechazar la oferta de MarianoRajoy de formar parte del Gobierno, algunos de sus dirigentes dicen mostrarse abiertos a la posibilidad de alcanzar acuerdos con el PSOE y Podemos.

Así, esgrimen, revelándose útil a un lado y otro del tapete, C’s conjuraría el peligro de perecer aplastado entre Gobierno y oposición. Como si, en el afán de seguir a flote, fuera legítimo acordar nada con Podemos, esto es, con quienes están en el Congreso con la única finalidad de destruir el «régimen del 78», en manifiesta camaradería con ERC y Bildu. Y aún más inaudito: como si AlbertRivera no hubiera escarmentado, en términos estrictamente contables, de sus coqueteos con Podemos; aquel intento, tan demagogo como estéril, de oponer lo viejo a lo nuevo. Porque esa veleidad, sin duda, tuvo bastante que ver en el hecho de que el PP le arrebatara el 26-J junio lo que perdió el 20-D.

En todo caso, si el objetivo es evitar que Ciudadanos se diluya en el PP, ¿no sería más acertado aceptar la oferta de Rajoy? ¿No sería precisamente la gestión al frente de uno o dos ministerios de empaque lo que contribuiría, en mayor medida, a que Ciudadanos cobrara protagonismo? ¿Acaso hay un modo mejor de influir en el Gobierno que ingresando en él? Y ya en un sentido puramente oportunista: ¿no convendría a Rivera un escaparate que lo encumbrara definitivamente como presidenciable? Pero sobre todo, y dada la magnitud del desafío populista: ¿no es casi moralmente ineludible?

El próximo congreso de Cs, cuya celebración está prevista para principios de 2017, habrá de abordar dos cuestiones fundamentales: una es el reblandecimiento de su discurso en Cataluña, esa intempestiva identificación con los postulados de Unió (partido, para más inri, de cuerpo presente, y que sólo precisa, parafraseando a Vázquez Montalbán, alguien que apague la luz); otra, aún más urgente, el lugar de Ciudadanos en esta legislatura. En ambos casos, el debate ha prendido en el seno del partido.