Manuel Marín-Vozpópuli
- Nunca antes el PSOE se había afanado tanto en falsear la historia, retorcer las palabras, cultivar la mentira y olvidar a sus muertos como con Otegi
Como casi todo lo que ocurre en verano, han pasado prácticamente inadvertidas dos iniciativas planteadas por Arnaldo Otegi que, sin embargo, no son solo potentes cargas de profundidad contra la democracia en España, sino que además no han sido contestadas, matizadas o rechazadas por ningún gurú de guardia del Gobierno ni del PSOE. Los tardeos infinitos del verano pasan, empieza a anochecer antes y las televisiones se inundarán ahora de psicólogos hablándonos de la depresión post-vacacional. Mientras, la termita sigue horadando el andamiaje constitucional de forma sistémica en este permanente bostezo patrio que ha normalizado ya su paulatina deconstrucción.
Otegi ha planteado una suerte de Frente Popular en el que el PNV debería sumarse a todas las fuerzas políticas de la izquierda formalizando un “programa de mínimos” que impida cualquier opción de la derecha de retornar al poder. Claro, es una ilusión óptica de alianzas imposibles y una trampa dialéctica que el PNV se apresuró a rechazar. Pero la idea quedó ahí hace semanas… y tampoco nadie del PSOE dedicó medio minuto a combatirla. Y ahí emerge Otegi, ese estadista, reconvertido a promotor de un sanchismo perpetuo como tesis de fondo para que se impida cualquier alternancia política. La segunda propuesta de Otegi, nada novedosa, es sentar las bases de una vez por todas para la “construcción nacional” de un nuevo País Vasco y una nueva Cataluña independientes de España. Lo novedoso no es tanto el qué, porque el separatismo vive, come y bebe de eso, sino el cómo: erigiéndose en mediador ante los demás socios de Pedro Sánchez para aprobar los Presupuestos Generales de 2026 y prolongar una legislatura que hasta Bildu percibe muerta ahora mismo. Esto encaja a la perfección con el mantra repetido este verano por los arúspices de Moncloa de que en septiembre Sánchez va a “resetear” la legislatura. Y consumimos la mercancía como si fuese oro en paño.
Otegi tiene antecedentes terroristas sobradamente conocidos, con penas de prisión incluidas como miembro de ETA. Fue un secuestrador. Cuando fue detenido por intentar reflotar los restos de aquel conglomerado de criminales que fue Batasuna, preguntó en la Audiencia Nacional, al comparecer ante el juez, aquello de “¿esto lo sabe Pumpido?”. Por entonces, el actual presidente del TC era fiscal general del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, quien a su vez estaba enfangado en su “proceso de paz”. Zapatero llegó a decir por entonces que Otegi era un “hombre de paz”. Después han llegado los abrazos con Oriol Junqueras, el indecente intercambio con el PSOE del Gobierno de Navarra por la alcaldía bildutarra de Pamplona, aparecieron Servinabar y Santos Cerdán, y emergió la reflexión de Pablo Iglesias, allá por 2020, siendo vicepresidente del Gobierno, de que Bildu se incorporaba a la “dirección del Estado”. Todo se ha consumado. Si acaso, solo falta formalizar ese remedo de ‘frente popular’ que consolide la fractura y eleve el muro de Sánchez para mantener dividida a España en rojos y azules el mayor tiempo posible. Es su oxígeno.
Arnaldo Otegi no siempre habla por boca propia. Algo necesita Sánchez de él, y así se lo han transmitido a Bildu. Es imperante salvar in extremis la legislatura, tratar con respiración asistida al Gobierno y forzar su supervivencia. Le viene bien esa ‘vocación de servicio’ y que el sanchismo le deba favores. Otegi no es un demócrata, sino un marxista que recurrió a las armas y a la sangre, al que ahora este Gobierno mendiga una mediación que si resulta exitosa, acabará de un modo u otro con el apoyo del PSOE para que Bildu termine al frente de la Lenhendakaritza. Ya nadie se hiela la sangre. Para el socialista medio, sólo será un medio más para avanzar en la España plural y compleja, un modo de autogobierno compatible con la Constitución, y un pacto legítimo entre fuerzas parlamentarias. Y el PNV, flotando en el limbo de sus cuitas matrimoniales y sus sandeces internas, seguirá acongojado con el empuje de Bildu mientras se sacude la caspa del hombro.
Hoy Bildu gobierna más localidades de 10.000 habitantes que el PNV. Y en veinte años ha pasado de gobernar en cinco ayuntamientos vascos a 157. En Navarra ya son 39. Si Rodríguez Zapatero es un vicepresidente de Sánchez en la sombra, Otegi empieza a serlo también al sol, sin complejos, sin que nadie en el PSOE ose rechistar mientras pueda salvarse la papeleta de los Presupuestos Generales del Estado. El PSOE ha blanqueado a corruptos, se ha encamado con delincuentes, ha homenajeado a malversadores, ha protegido a puteros y ha dado chivatazos a ETA. Pero nunca antes se había afanado tanto en falsear la historia, retorcer las palabras, cultivar la mentira y olvidar a sus muertos como ahora con Otegi. Es el tipo con más blanqueamiento profiláctico de nuestra democracia en medio de una indolencia colectiva que ha hecho del olvido y del abandono de la memoria un arte, una manera de ser.
Otegi no habla demasiado. Pero cuando lo hace es para expresar su connivencia con el sanchismo, sabiéndose un socio emergente y sin recurrir a demasiados fórceps tacticistas. Señala un objetivo ‘político’ -como antaño desde Elgoibar- y trata de ejecutarlo sin miramientos. Es irrelevante que simule su interés en que España tenga Presupuestos, sencillamente porque odia a España y necesita un Estado débil frente a la dictadura a la vasca con la que sueña. Necesita fortaleza parlamentaria e institucional, un estatus de político con apariencia decente, y dinero, mucho dinero (que eso ha aprendido de Junts y ERC), para que no vuelva a gobernar la derecha y expulsar al PNV del poder en Euskadi. Y eso, sin Sánchez en La Moncloa, es sencillamente imposible. Lo demás… lo demás son solo las últimas libaciones del tardeo estival, ensoñaciones frentepopulistas para forjar una autocracia, y una única realidad: Sánchez nunca dejará La Moncloa por voluntad propia. Otegi tiene una mochila miserable, pero no miente. ‘Do ut des’.