Gorka Angulo-El Correo

  • Frente a los ultras, unidad institucional y de fuerzas democráticas y pedagogía

El dictamen de la Oficina Federal de Protección de la Constitución (BfV), el servicio alemán de Inteligencia interior, que clasificó al partido Alternativa para Alemania (AfD) como «extremista de derechas» cayó como una bomba en el inicio del nuevo Gobierno de gran coalición entre democristianos y socialdemócratas liderado por Friedrich Merz. ¿Qué hacer con una formación de 50.000 afiliados que el 23 de febrero obtuvo más de 10 millones de votos y 151 escaños en el Bundestag (Cámara baja)? La conclusión de la BfV invita a que el Ejecutivo federal, el Bundestag o el Bundesrat (Cámara alta) soliciten ya la ilegalización de AfD, pero conviene aplicar el sentido común y de la oportunidad.

Hay precedentes, lejanos en el tiempo, que debemos entender en el contexto de la Guerra Fría y las presiones del canciller Konrad Adenauer. Así llegaron las ilegalizaciones por el Tribunal Constitucional Federal (BVerfG) en 1952 del Partido Socialista del Reich (SRP), que se consideraba a sí mismo como continuador del Partido Nazi (NSDAP), y en 1956 del Partido Comunista de Alemania (KPD), muy vinculado a la URSS y la RDA. Hubo dos intentos más recientes con el Partido Nacionaldemocrático (NPD). En 2003 se desestimó por el BVerfG, porque se descubrió que un 15% de los miembros de su ejecutiva eran agentes de los servicios secretos. Y en 2017 también se desestimó porque el BVerfG entendió que sus 5.000 afiliados no podían ser una amenaza real. Finalmente les cerraron el grifo de la financiación, cambiaron de nombre (La Patria) y tuvieron que vender su patrimonio, pero el Tribunal de Karlsruhe dejó un argumento imbatible que puede pesar ahora demasiado: «No puede admitirse que un partido en el poder pretenda neutralizar a sus posibles competidores».

¿Es la AfD una formación de extrema derecha? Podemos afirmarlo con rotundidad si analizamos los discursos, declaraciones y campañas de sus dirigentes contrarias a la convivencia, la Ley Fundamental, los tratados de la UE y los derechos humanos, pero para ilegalizarlos hace falta hilar fino. La AfD no es un partido más y urge mantener el cortafuegos de las fuerzas democráticas con grandes coaliciones que no evitan su crecimiento electoral, pero sí que sus miembros tengan acceso tanto al poder en diferentes instituciones como a información sensible que puede caer en manos del FSB ruso u otros servicios de Inteligencia.

La AfD es el brazo parlamentario de una ultraderecha que cuenta con los votos fijos de extremistas bien organizados e ideologizados (como Pegida o los Reichsbürger), y la volatilidad electoral de los estados de ánimo ciudadanos. Y conviene demostrar los vínculos de la AfD con ultras violentos a los que neutralizar pedagógica y penalmente, en las aulas y con los cuerpos policiales. La dictadura alemana y sus consecuencias están en los colegios alemanes desde noveno curso (15 años), pero cada vez con menos visitas a campos de concentración, menos testimonios de víctimas que, por edad, van falleciendo, y un número creciente de alumnos musulmanes que traen de casa un cúmulo de prejuicios antisemitas.

Hoy los bisnietos de Hitler empiezan a relativizar o rechazar la cultura de la culpa, vigente desde 1949. El nazismo llegó con un retraso de casi diez años a los colegios del Este, donde se contaba que era un conflicto entre capitalismo nazi y socialismo soviético. Entonces no nos hace falta retrotraernos a la dictadura de Hitler o a la Shoá. Vamos a la geografía del odio que comienza en septiembre de 1991-el país llevaba once meses reunificado- en Hoyerswerda, donde fueron atacados varios albergues para solicitantes de asilo y migrantes. Allí pasamos del ‘Judenfrei’ (libre de judíos) de los viejos nazis al ‘Ausländerfrei’ (libre de extranjeros) de los nuevos nazis. Después vinieron Rostock-Lichtenhagen, con los vecinos aplaudiendo desde sus casas, Mölln, Solingen… y así hasta Chemnitz en 2018.

Vamos a recordar que en 2011 la Policía desarticuló al grupo terrorista Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU), asesinos de nueve inmigrantes y una mujer policía. La Banda del Döner eran atracadores con coartada política, que en sus ‘servicios’ incluían las palizas a domicilio. En 2022 un operativo policial desactivó una trama golpista de los Reichsbürger que planeaban asaltar el edificio del Reichstag (Parlamento), deponer al Gobierno y provocar un apagón. Entre los detenidos estaba una exdiputada de AfD y el cabecilla era el aristócrata Enrique XIII Prinz Reuss, que aporta la cuota legitimista como en su día en Italia el Príncipe Negro Junio Valerio Borghese.

Ante la AfD solo quedan la unidad institucional y de partidos democráticos, ir por delante siempre en el dictado de la agenda y una comunicación abierta y pedagógica, porque las democracias son más frágiles de lo que creemos.