JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • A Yolanda no le vengas con la libertad ni mucho menos con la realidad. La realidad es infinitamente compleja, tanto más cuanto más te aproximas a los detalles

Reconozcámoslo, da un poquito de vergüenza tener comunistas en el Gobierno a estas alturas de la historia del crimen. Encarnado en Yolanda, nuestro comunismo contemporáneo embauca con dulce acento galaico, y entre la meiga y la nada conceptual solo se interponen unas cuantas expresiones de indignación moral. De la floja. Muy de señora umbraliana de la derechona tardofranquista que ha cruzado a la democracia sin apenas enterarse. Tampoco Yolanda se ha enterado del sistema de libertades ni de la Constitución, y, por ponernos machadianos, desprecia cuanto ignora. Paradójico o no, hay un similar puritanismo en aquella derechona que ya murió y el comunismo yolandero que todavía no. Es decir, comparten la incapacidad para aceptar que alguien en algún lugar pueda ser feliz. Los indignados morales se alzan siempre sobre supuestas autoevidencias. En Cataluña, de donde yo vengo, este sucedáneo de la moral y de la inteligencia era tan común que bastaba una mirada, abriendo los ojitos un poco más de la cuenta, para ahorrarse argumentos y debates. La indignación moral siempre se colapsa al nacer, y no alcanza a razonar. Así, Yolanda cree que no puede ser. ¿Qué? Que los restaurantes madrileños cierren tan tarde. ¿Por qué? Porque no puede ser. Cáptese la sutileza.

Un indignado moral, y sobre todo una indignada moral, por lo de las cuotas, puede pasar años participando en una tertulia radiofónica sin ningún esfuerzo ni conocimiento. De hecho, no necesita leer el diario. Basta con plantarse en el estudio y, ante las denuncias de compañeros más informados, soltar «qué barbaridad», «hay que ver», «lo que nos faltaba», «con la que está cayendo y encima esto», o «no tenemos remedio» (no es necesario aclarar si se refiere a los españoles o a la humanidad). Excepcionalmente, la indignada moral tertuliana se puede ver en la tesitura de responder a una pregunta directa del conductor del programa, que ese día ha ido con ganas de fastidiar. En tal caso, por mor de un mecanismo que solo sé calificar de darwinista, donde el azar y la necesidad se entrelazan, la indocumentada saldrá airosa del desafío diciendo: «Era la crónica de una muerte anunciada». Fíjate que el comodín te sirve para Ábalos o para Koldo ahora mismo. Sirve siempre, y cuando parece que no va a servir, también sirve. Pruébalo. Por qué Gabo ha terminado así, como un kleenex usado, es un misterio que no resolveremos.
Yolanda está cómoda en la indignación moral: no se puede aceptar que haya gente con esos horarios. ¿Por qué? Vuelve a empezar el artículo, que ya está explicado. A Yolanda no le vengas con la libertad ni mucho menos con la realidad. La realidad es infinitamente compleja, tanto más cuanto más te aproximas a los detalles. Lo concreto, mirado de cerca, te abisma. Para ser comunista a estas alturas de la historia del crimen hay que rechazar la complejidad, el orden espontáneo, la autoorganización de los sistemas. La mano invisible. ¿Libertad para qué? –preguntaría el camarada genocida Vladimir.