Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

  • Este reto exige que emerjan líderes dispuestos a reemplazar la bajeza oscura de los instintos por la épica luminosa de la razón

El título de esta columna lo es también de dos obras de género, época y temática muy dispares. Una es la película protagonizada por Paco Rabal y Julia Navarro y dirigida por Francisco Rovira-Beleta en 1953, un drama realista en el que el productor, cosas propias de la época, impuso un final moralizante sobre otro de tipo más abierto defendido por el guionista. Y la segunda es el libro de Santiago Abascal publicado en 2015 en el que el presidente de Vox bosqueja sus ideas, presenta las grandes líneas de su programa, pespuntea en su propia biografía y sobre todo explica las razones por las que considera necesaria la creación de una opción electoral conservadora que incida en un electorado muy amplio hasta entonces monopolizado por el Partido Popular. Es obvio que Abascal se inspiró al titular su volumen en la cinta del realizador catalán, como he hecho yo al encabezar este texto.

La derrota de Trump por Biden en Estados Unidos, el fracaso de Salvini en Italia, la larga impotencia de la saga Le Pen para alcanzar la presidencia de la República Francesa, las sonadas victorias de Orban en Hungría o las reiteradas mayorías de la formación Ley y Justicia en Polonia, por citar ejemplos conocidos, indican que, efectivamente, hay un camino transitable a la derecha, pero que, dependiendo de cómo se recorra, puede conducir al éxito o a la frustración. Frente a la hegemonía cultural, el dominio apabullante de los medios de comunicación y la capacidad asombrosa de establecer el marco mental de la mayoría en terminología de George Lakoff, ampliamente demostrados por el progresismo de pensamiento único políticamente correcto, la derecha o, dicho de manera menos esquemática, el conservadurismo liberal (o el liberalismo conservador, si se prefiere) no ha hallado todavía en muchos países, el nuestro entre ellos, ni las armas conceptuales, ni la fuerza del discurso, ni la vis atractiva, ni los registros emocionales que le permitan enfrentarse con eficacia a un enemigo formidable que utiliza sin reparos la ventaja de carecer por completo de escrúpulos.

En temas como la teoría de género, el abordaje del cambio climático, el aborto, la educación, la eutanasia o el consenso socialdemócrata, la derecha “moderada” ha cedido terreno hasta desdibujarse

En el vasto campo que supuestamente propugna un modelo de sociedad basado en el imperio de la ley, la separación de poderes, la democracia sin apellidos, el respeto a los derechos humanos, la libertad individual, la seguridad física y jurídica, la economía de mercado sensatamente regulada, un Estado de tamaño no invasivo y un enfoque racional de la labor de gobierno en el que la evidencia empírica prime sobre la conveniencia electoral, el afán desmedido de poder, los egos desbordantes, el adanismo infantiloide o el dogmatismo totalitario, en este ancho predio ideológico se ha recurrido a tres tipos de estrategia para combatir a su principal oponente, hoy encarnado en España por el siniestro cuarteto Sánchez-Iglesias-Puigdemont-Otegi.

La primera ha consistido en la admisión parcial de las tesis de la otra orilla, matizadas, edulcoradas y atemperadas, con el fin de ganarse a la franja tibia de los votantes. En temas como la teoría de género, el abordaje del cambio climático, el aborto, la educación, la eutanasia o el consenso socialdemócrata, la derecha “moderada” ha cedido terreno pusilánimemente hasta desdibujarse. La segunda, de la que la etapa Rajoy-SSS fue el paradigma, podemos denominarla técnica del avestruz. Se prescinde del combate de las ideas, se evita la confrontación en valores y principios y se confía todo a la gestión, a lo que Ortega denominaba “la administración de las cosas”, ignorando absolutamente que el votante medio se atiene sobre todo a perjuicios, sentimientos y filias y fobias instintivas y mucho menos al examen objetivo de la realidad. Si a este planteamiento intelectualmente romo, se añade la indolencia, la pasividad y la tecnocracia hueca, el brillante resultado de aquellos siete años nefastos queda perfectamente explicado.

La tercera es la que se ha venido a llamar ‘trumpista’ en honor al polémico inquilino de la Casa Blanca hasta hace cuatro días, es decir, el ataque frontal y sin concesiones al adversario acompañado de gestos y actitudes desafiantes y desplantes agriamente provocativos que llegan en ocasiones a los excesos excéntricos o a la inoportuna salida de tono. Esta última forma de entender la lucha política, intelectual y moral contra el globalismo relativista y los nuevos disfraces neomarxistas, contiene sin duda verdades innegables y aciertos notables, pero se pierde en una coreografía y una retórica que facilita mucho a sus detractores la demonización, la caricaturización, la ridiculización y, en definitiva, la fabricación de un ente maligno que permite hacer olvidar las abundantes lacras propias.

Volviendo al principio, existe un posible camino a la derecha, pese a que la música adoptada por sus representantes para recorrerlo no ha sabido elegir bien ni el ritmo, ni la intensidad, ni el tono. A la luz de esta experiencia, es esencial que en España los principales partidos constitucionalistas aprendan de ella y sepan combinar la firmeza de las convicciones con la altura del discurso, la solidez de los argumentos con la elegancia de la expresión, la honradez de los comportamientos con la eficiencia de los resultados y consigan, en fin, contrarrestar imparablemente la efectividad deletérea de la apelación a lo peor del ser humano que desaprensivamente practica la izquierda con la llamada irresistible a lo mejor que hay en todos nosotros. Naturalmente, esto exige que emerjan en su territorio ideológico hombres y mujeres con sincera vocación de servicio público, inteligencia despierta, bien fundamentados conocimientos y dilatada y fecunda ejecutoria previa en el ámbito privado. Líderes dispuestos a reemplazar la bajeza oscura de los instintos por la épica luminosa de la razón.