Que esté prohibido publicar sondeos durante los últimos días de campaña no quiere decir que esos sondeos no se sigan haciendo. Esas encuestas circulan por los partidos que los han encargado y por las encuestadoras que los han realizado y los periodistas traficamos con ellos en WhatsApp como si fueran cocaína demoscópica.
De hecho, esos sondeos electorales son la prueba de cómo los productos y servicios altamente demandados por la sociedad sólo pueden ser castigados por el Estado, pero jamás erradicados. Castigados… y condenados a un mercado negro que será tanto más negro cuanto mayor sea la represión de la burocracia del funcionariado sobre ellos.
Que ese producto «prohibido» por el Estado sea en este caso la información confirma que el principio rector que guía nuestra ley electoral no es precisamente liberal, sino más bien uno con el que podría sentirse cómoda la Yolanda Díaz que propone en su programa electoral crear un organismo que censure las informaciones inconvenientes para el gobierno siempre que ese gobierno, por supuesto, sea de izquierdas.
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En esta columna no puedo chivarme de lo que dicen esos sondeos, pero sí puedo decir que la diferencia entre la encuestadora que le da un mejor resultado al PP y la que le da un peor resultado es de alrededor de 30 escaños.
La pregunta interesante es ¿dónde están esos 30 escaños?
Están en el número de escaños que esas encuestadoras vaticinan para Vox y Sumar. Las encuestadoras que le dan un buen resultado al PP hunden a Vox y Sumar (y no es un hundimiento pequeño: es un hundimiento que ameritaría la dimisión de sus respectivos líderes la misma noche electoral). Las que le dan un resultado razonablemente bueno a Vox y Sumar le dan un mal resultado al PP y uno bueno al PSOE.
O lo que es lo mismo. Para que Sánchez obtenga un buen resultado y el PP uno insuficiente es condición sine qua non que los partidos extremistas estén fuertes. Una victoria holgada del PP, sin embargo, conlleva la caída del radicalismo.
A más Sánchez, más radicalismo. A más Feijóo, menos radicalismo. Ese es el resumen.
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Por supuesto, caben todas las opciones intermedias. Pero en el mejor de los escenarios para el PSOE, España queda condenada a la ingobernabilidad y a segundas elecciones.
¿Lo tiene imposible Sánchez?
No. La posibilidad de un gobierno de Sánchez queda abierta en las horquillas más optimistas de los sondeos más optimistas, pero sería un gobierno al límite y que necesitaría del apoyo de todo el Congreso de los Diputados, salvo PP y Vox. Y eso implica un presidente incluso más débil que el de los últimos cuatro años y, por lo tanto, más sometido a los chantajes de los radicales.
Recordemos, por ejemplo, la condición de EH Bildu para seguir manteniendo a Sánchez en el poder durante los próximos cuatro años: un referéndum de independencia. Lo mismo que exige ERC, que elevará más su precio cuanto peores sean sus resultados este domingo (y los sondeos no vaticinan un gran resultado para ellos).
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De lo anterior se deduce que algunas grandes encuestadoras españolas a) han mentido a sabiendas o b) han cocinado terriblemente mal los resultados de sus sondeos.
¿Pero cómo saber cuál es el cuco en el nido?
Una de esas encuestadoras ha realizado su trabajo durante los últimos cuatro años en un ecosistema artificioso, en una burbuja sellada al vacío en la que se ha mentido al líder del partido sobre el grado de rechazo que generaba entre los españoles, sobre la representatividad real del apoyo que fingían sus medios afines y sobre su propia calidad como activo electoral de su formación. En esa burbuja sólo han entrado las informaciones que alimentaban el estado de irrealidad en el que vivía el líder. En ese contexto, decirle al rey lo que el rey quería oír, y no la realidad, era la norma. La mentira, el único lenguaje que entendía ese líder, era la opción por defecto. Es decir, los incentivos de esa encuestadora la conducían de forma natural al maquillaje de los datos.
En el otro extremo, una de las encuestadoras que mejores resultados le han dado al PP retrocedía ayer por sorpresa y le concedía al PP una horquilla muy amplia que, en su franja baja, colocaba la suma de PP y Vox por debajo de la mayoría absoluta. Uno de los partidos menores pasaba, por su lado, a ganar entre 10 y 14 escaños como por arte de magia. Es decir, entre un 50% y un 70% más, aproximadamente, que hace 48 horas.
Es evidente que algunas encuestadoras van a quedar en evidencia mañana.
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«La campaña del PP ha sido mala, y sólo ha brillado durante el cara a cara entre Sánchez y Feijóo» me dicen desde el PP. «La campaña del PSOE ha sido bueno y sólo ha fracasado durante el cara a cara» añaden. «En cualquier caso, cuatro años de indultar golpistas y de sacar a violadores de la cárcel no se borran con un meme de Perro Sanxe. Con eso, en todo caso, hunden a Sumar. La sorpresa va a estar más bien en la vuelta del bipartidismo que en los resultados electorales en sentido estricto».
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Muy malo tendrá que ser este domingo el resultado del PSOE para que Pedro Sánchez no se proclame vencedor moral de las elecciones frente a Feijóo, aunque el líder del PP le saque 30 escaños y haya incrementado en 50 o 60 sus escaños de 2019.
Al final, es sólo un juego de expectativas. Para el PP, todo lo que no sea llegar a o superar los 155 escaños será una decepción, a pesar de tratarse de un éxito colosal. Para el PSOE, cualquier resultado que supere los 100 escaños será una victoria. No digamos si se acerca a los 120 de hoy. Si los supera, el candidato del PSOE en 2027 volverá a ser Pedro Sánchez, que se hará un donaldtrump como la catedral de Burgos de grande.
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El resultado endemoniado por excelencia sería el siguiente. Un PP con menos escaños que la suma de PSOE y Sumar, que no sumara tampoco mayoría absoluta con Vox, y un PSOE que debiera conseguir el OK de todo el Congreso de los Diputados, salvo PP y Vox, para sacar adelante el más mínimo acuerdo.
Es decir, una España literalmente ingobernable.
PP: 144
PSOE: 119
Vox: 29
Sumar: 26
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