VICENTE VALLÉS-La Razón

  • Si algo ha de pasar en Moscú que cambie el destino de Rusia, será con la participación inevitable de sus espías: el Estado dentro del Estado
Joe Biden ha llegado a la presidencia de Estados Unidos a una edad (este año cumplirá 80, y alcanzó la Casa Blanca con 78) en la que los seres humanos se consideran liberados de ataduras y se conceden el derecho de decir lo que les parece oportuno. Así, Biden estableció que «Putin no puede permanecer en el poder», lo que provocó una movilización general de su servicio exterior para matizar esas palabras. «No, el presidente no quiere decir que pretenda cambiar el régimen en Moscú».

No será una decisión de Occidente lo que facilite la caída de Vladimir Putin. Si tal cosa llega a ocurrir, se producirá por circunstancias que deben acontecer entre las murallas del Kremlin: movimientos palaciegos, realizados por aquellos personajes del entorno de Putin que sean capaces de mantener la mente clara en estos tiempos oscuros. Pero, ¿hay rastro de vida inteligente en Moscú?

Algunas cancillerías europeas quieren confiar en los oligarcas, enriquecidos a la sombra del líder ruso y cooperadores necesarios para que ese mismo líder ruso se haya convertido en el dueño de un patrimonio económico inmenso. Pero el poder político de los oligarcas es irrelevante, y no son ellos quienes tienen mando sobre los cuerpos armados del Estado.

La mirada debería estar puesta en quienes fueron compañeros de Putin en los viejos tiempos, y que ahora ocupan posiciones de poder en Rusia. Conforman el grupo conocido como los siloviki, antiguos miembros del KGB, como Putin, y que fueron elevados a cargos de gobierno por el presidente ruso a lo largo de su extenso mandato de veintidós años. En buena medida fue el KGB el elemento controlador de la caída del comunismo y la disolución de la Unión Soviética en 1991. De igual forma, fue el FSB, heredero del KGB, el gestor del cambio de Boris Yeltsin por Putin al frente del país en el año 2000. De hecho, Putin paso de dirigir el FSB a ser primer ministro en 1999, y de ahí a la presidencia.

Si algo ha de pasar en Moscú que cambie el destino de Rusia, será con la participación inevitable de sus espías: el Estado dentro del Estado.