Hasta ahora los gobiernos de turno medían a los terroristas a ver por dónde veían una capacidad de reinserción, un inicio del fin. Ahora son ellos, desde las plataformas ilegales y legales, quienes nos toman la temperatura a todos los demás. A ver hasta dónde aguanta la sokatira sin romperse. Y a ver por qué lado se rompe.
Lo dicho. Si las fiestas de Euskadi no están teñidas de episodios de bronca, parecen no merecer la obtención del ‘label folklórico de agosto’. Es como si se tratara de un derecho adquirido de quienes se creen con la autoridad de intimidación suficiente como para utilizar la calle en beneficio propio. Hubo quienes creyeron el año pasado que, si se aplicaba la ley que impedía a aquellos partidos que no repudian a ETA beneficiarse del juego democrático, el entorno de los grupos terroristas acabarían por darse cuenta de que no tenían nada que ganar con la imposición y la amenaza. Pero no ha sido así.
Los de Batasuna, tan tranquilos después de que las elecciones situaran a las Comunistas de las Tierras Vascas con mayor presencia en el Parlamento y tan crecidos al ver la deferencia con que han sido tratados por los nacionalistas del Gobierno (el presidente del anterior Parlamento hablaba de ellos «como un partido más» mientras el lehendakari les invitaba, a pesar de su ilegalidad, a pisar alfombra palaciega porque, según repetía a todos los interlocutores de sus rondas, «todos tenemos que hablar con Batasuna») se aprovechan de la incertidumbre. Y deciden que se acabó el disimulo, posiblemente para tentar la capacidad de aguante del Gobierno de Zapatero, aunque a la hora de manifestarse frente a la Policía Nacional en Pamplona decidan que no hay nada mejor para la Liberación Nacional, que irse de potes por la Parte Vieja.
Hasta ahora eran los gobiernos de turno quienes medían a los terroristas a ver por dónde veían una capacidad de reinserción, un inicio del fin, una contradicción. Pero han cambiado tanto las tornas que ahora son ellos, desde las plataformas ilegales y legales quienes nos toman la temperatura a todos los demás. A ver hasta dónde aguanta la sokatira sin romperse. Y a ver por qué lado se rompe… Si cuando la ley se aplicaba a rajatabla, los compañeros de Otegi se buscaban una abuelita desconocida, por ejemplo, para pedir permiso para la manifestación correspondiente, ahora ya se han quitado las caretas. Ni abuelitas, ni cantautores, ni feministas ni labradores. Ellos mismos. Aquí también hay sequía, porque no somos de otro planeta.
Y en esta «España machadiana», a la que se refirió el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, los problemas de la gente son tan concretos como que el Gobierno Vasco tiene que traer un buque con alfalfa para combatir la falta de pastos. Pero a Batasuna lo que le va, es sacar la gente a la calle, no para exigir a ETA que deje de incordiar sino para pedir que se cree una mesa de partidos, principal causa de preocupación de la ciudadanía, como revelan todas las encuestas.
Y todo este montaje, ya sin caretas. Otegi se presenta como promotor de la manifestación, con todo lujo de cámaras y micrófonos (que para sí las hubiera querido Gerry Adams cuando la televisión británica silenciaba su voz durante todo un año) para acabar rematando Joseba Álvarez que, además de portavoz de la ilegalizada Batasuna, se ha reciclado como asesor de EHAK en el Parlamento Vasco. ¡Pobre del Gobierno Vasco como aparezca la Ertzaintza!, vino a decir. Este pulso del que sin duda saldrán perjudicados los ciudadanos donostiarras en plenas fiestas ha sido tomado por el Departamento de Interior del Gobierno Vasco como «una provocación en la que no vamos a caer».
Lo que sí parece claro es que si el Tribunal Superior de Justicia mantiene la prohibición de esta marcha, la Ertzaintza tendrá que aplicar la ley. No hay nada peor para un gobernante democrático que se le acuse de haber hecho dejación de sus responsabilidades. Y eso, el consejero Balza lo sabe muy bien.
Tonia Etxarri, EL DIARIO VASCO, 13/8/2005