EL MUNDO 14/05/13
ARCADI ESPADA
En uno de los libros más tristes que se hayan escrito, El pasado de una ilusión, François Furet analizó la idea comunista. «Vivió más tiempo en el espíritu de la gente que en los hechos.» Así lo escribió con una seca y admirable síntesis. El comunismo fue, en efecto, una ilusión, en el doble sentido de la expresión castellana. Y como ilusión que fue, sanciona Furet, «no queda ni la idea. Sólo quedan los hombres que se han pasado al mercado o se han reciclado en el nacionalismo.» No hubo, desde luego, «hechos comunistas». Pero sí hubo hechos en el comunismo, secretos, siniestros, que aún van destilándose lentamente después de casi 25 años desde la caída del Muro. Los comunistas, al menos los que yo traté en mi juventud, tenían una visión muy conspirativa de la historia. Pero no creo que se les ocurriera nunca que la auténtica conspiración estaba en el lado del mundo que, tan inconscientemente, amaban. Imagino, mientras leo ahora la noticia en el periódico, qué habría sucedido en la cabeza de mis comunistas si un día cualquiera de los años ochenta les hubiesen explicado lo que estaba pasando en determinados hospitales de la República Democrática Alemana. Es decir que un número importante de enfermos, hasta 50.000 según explicaba Der Spiegel, estaban siendo sometidos a ensayos clínicos sin su consentimiento.
«Los comunistas, al menos los que yo traté de joven,
tenían una visión muy conspirativa de la historia»
Quizá habrían pensado en primera instancia, con esa resignación característica que dan las injusticias sobre carne ajena: «¡Ah, qué duros los sacrificios del Hombre Nuevo!» La historia, sin embargo, no acababa ahí. Porque esos ensayos clínicos se producían a cuenta de la odiosa industria farmacéutica capitalista que corrompía a las intachables autoridades comunistas a razón de unos 450.000 euros por ensayo. Y creo que la última razón de la trama era lo más insoportable. Si esos ensayos clínicos se producían en el paraíso de la RDA era porque en la corrompida República Federal Alemana, y desde 1978, sus autoridades habían limitado legalmente, y de modo problemático para las farmacéuticas, esas prácticas sobre sus ciudadanos.
Ha llegado el momento de corregir a Furet. El periódico siempe acaba corrigiendo a los libros. No. No fue una ilusión. Fue un letal ensayo clínico sobre cien millones de cobayas.