DIEGO S. GARROCHO-ABC
- Decir que ETA ha acabado es impreciso, porque una banda terrorista no es un poliedro con aristas nítidas que nos permiten distinguir dónde empieza y dónde termina
Cuando la única victoria del constitucionalismo en País Vasco consiste en que Bildu no haya logrado superar al PNV es que la derrota exhibe un tono casi irreversible. Nunca en la historia de la democracia hubo un parlamento vasco tan nacionalista y esta hegemonía dolorosamente incontestable debe mucho a la normalización de Bildu, a la cooperación necesaria del PSOE y a la incapacidad del PP para rentabilizar la defensa, ya en exclusiva, del marco del 78.
No es un error. Ni una casualidad. Es la consecuencia de casi medio siglo de ingeniería social que nos demuestra que el ser humano puede ser cualquier cosa: el animal más terrible o la más sublime de las criaturas. En nuestra condición inacabada, la sociedad troquela nuestros gustos y nuestros valores. Por eso es tan importante la política, porque funciona como un instrumento de justicia y progreso cuando es acertada, y es un veneno para el ánimo cuando toma un rumbo desviado. La labor del nacionalismo radical y de tantos años de violencia ha sido capaz de impactar sobre el alma de cera de millones de vascos hasta hacer deseable, por encima de la dignidad de tantos, que los herederos políticos de ETA sean hoy una fuerza hegemónica. Hemos convertido el País Vasco en esto.
Decir que ETA ha acabado es impreciso, porque una banda terrorista no es un poliedro con aristas regulares, limpias y nítidas, que nos permiten distinguir dónde empieza y dónde termina la figura. Su herencia se asemeja más a una mancha de aceite, que huele y traspasa superficies incluso hasta lo más insignificante. El universo terrorista no solo está en los ‘ongietorris’, en las herrikos ni en las pinturas murales amenazantes que todavía hoy persisten en numerosos pueblos de País Vasco y Navarra. Su mejor señal está en el suelo simbólico de la sociedad, en esos centímetros que inconscientemente inclinan el terreno cultural en el que viven los vascos y que, sencillamente, te hacen más difícil vivir si no eres de la cuerda. Construir esta alteración atmosférica requirió del concurso de muchos. Desde la carcundia farisea de Arzalluz hasta el ruido atronador de las bombas del fascismo etarra.
Del mismo modo que los héroes necesitan que los poetas canten sus gestas, el universo aberzale ha requerido también una colección de cronistas y aedos. Algunos desde dentro, para intentar legitimar directamente la trayectoria asesina. Otros, desde más lejos, cultivando una ambigüedad irresponsable. Estos últimos fueron clave, porque el ‘ethos’ de un pueblo siempre acaba colapsando por la inacción de los tibios. La partida material contra la banda la ganamos los demócratas cuando estuvimos unidos. Salvada esa victoria aislada, ha bastado que el PSOE deje de hacer lo que siempre había hecho para que perdamos en todo lo demás.