Hemos encargado un bebé

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 01/05/16

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: Hace un mes, en la Asamblea de Madrid, te viste en malas compañías. Podémicos, socialistas y una parte de los populares tumbaron una razonable propuesta de Ciudadanos para regular la gestación por encargo. Es decir, la de aquellas mujeres que después de concebir un hijo con óvulos ajenos o propios lo entregan a padres que se ocuparán de su crianza. Al parecer esa práctica sólo puede hacerse con garantías en Estados Unidos y Méjico, pero el aumento de la demanda ha añadido países asiáticos y eslavos donde las garantías son más frágiles.

Cerca de mil bebés concebidos bajo ese pacto llegan a España cada año. El precio, cuando lo hay, y lo hay la gran mayoría de las veces, oscila entre los 60.000 y los 100.000 euros. Conviene su regulación, y de ahí la iniciativa parlamentaria de C’s, partido que es un brillante ejemplo de gestación por encargo y que en este tipo de asuntos es donde muestra su cara mejor y más necesaria.

Una amalgama de religiosidad, feminismo y caspa, distribuida entre algunos diputados del Partido Popular, PSOE y del partido Podemos, hizo imposible la aprobación de la propuesta. Como comprenderás, a la frustración por que decaiga una de esas iniciativas tan raras, valientes y profundamente políticas, añado la satisfacción que me causa ver en acción y comandita a los reaccionarios de todos los partidos, ese grupo que es la causa auténtica del bloqueo español, y a los que, cual Hayek, pienso dedicar algún día un grueso volumen de la esperada serie El malentendido.

La gestación para otros plantea interesantes asuntos morales que ya se reflejan en las propias dificultades de denominación. Una cierta corrección, ¡inmobiliaria!, llama al proceso gestación subrogada, porque le disgusta madres o vientres de alquiler, como se las ha venido llamando. Argumentan que en esa gestación hay altruismo, que muchas veces la madre transitoria ni siquiera cobra y que, por tanto, la alusión económica es degradante. Pero más que disfrazar un móvil económico lo que pretenden es rechazar el carácter de cosificación de la mujer que sus críticos, encaminados por las filósofas éticas de guardia, atribuyen al proceso.

No hay duda que la cosificación es un asunto imponente. Hasta ahora designaba la vieja práctica de los fabricantes de coches cuando colocaban en sus anuncios una hermosa mujer tendida sobre alfombra de leopardo, mientras le guiñaban un ojo al comprador y le auguraban que comprando ese tipo de coche tendría ese tipo de mujeres. Luego derivó hacia otros muchos ejemplos, abrumadoramente vinculados al erotismo y al negocio. En todos los casos las prohibiciones mostraban el respeto a la libertad individual que caracteriza esas filosofías. Pero, al menos, cada mujer tendida era consumida por millones de machos salvajes y secretamente envidiada, acaso, por unas cuantas degeneradas. Es decir que se trataba de una exhibición pública de la cosa, que desde el punto de vista de las patrullas cosificadoras podía propiciar el arquetipo.

¿Pero cuál es la cosa, ¡la cosa en sí!, que exhibe, con violenta humillación para su género, según parece, la mujer que acepta convertirse en gestante por razones que incluso pueden tener que ver con la seca solidaridad humana? ¿Y qué diferencia esa práctica de la donación o venta de óvulos, o de semen, actividades sobre las que yo no he oído nunca la menor alusión cosificadora? ¿Y qué hay, en el mismo sentido cosificador y analógico, de las nodrizas, cuya imperturbabilidad vacuna salvó la vida de tantos frágiles nacidos, y que establecen no ya con el feto, sino con la propia criatura, una profunda intimidad orgánica?

A la gestación por encargo (veo ahora que esta manera mía de llamarla quizá pueda tener que ver con aquel tierno eufemismo de los adultos de entonces, cuando decían haber «encargado» un bebé) sólo pueden oponerse con franqueza los problemas morales de cualquier otro tipo de modalidad de reproducción asistida: los que se derivan de la enorme y lacerante cantidad de niños abandonados. Pero ese problema moral afecta por igual a los que hacen bebés y a los que los encargan.

Lo que la ciencia propicia es que unos y otros puedan plantearse en igualdad de condiciones el problema moral. Y puedan decidir si su paternidad debe ser, por así decirlo, solidaria u obedecer a la imperiosa orden shakesperiana, pasada aquí por García Calvo: «Mira a tu espejo, y di a la faz que en él reflejas: ‘Ya es tiempo que esa faz se copie en otra plana; que si hoy su fresco apresto no reparas, dejas burlado al mundo, a alguna madre seca y vana. Pero si vives para no dejar testigo, muere solo, y tu imagen morirá contigo’».

Los reaccionarios, sin embargo, tienen un aliado imprevisto en esos defensores sumarios de la gestación por encargo que pretenden identificarla sin más con la gestación convencional, que inventan eufemismos para oscurecer lo más posible su realidad y que desconfían de la discusión ética que los nuevos conocimientos reclaman. Es probable que todo lo que puede hacerse se acabe haciendo, pero no sin discusión, porque la discusión también es conocimiento. La gestación por encargo afronta, por ejemplo, una cierta incertidumbre sobre la transmisión al feto de rasgos no contenidos en el ADN de partida: la gestación no es un proceso neutro.

Estas incertidumbres se ven al trasluz en algunas de las condiciones, impuestas o aconsejadas, que figuran en los protocolos de relación entre la madre gestante y… ¡la subrogada!, antes, durante y después del parto; protocolos de rígida distancia física y psicológica, que imitan los de la adopción, pero que se enfrentan a una realidad distinta: no es lo mismo gestar, parir y luego abandonar un feto que lleva siempre el ADN de la gestante, que gestar y parir a un feto genéticamente ajeno en la gran mayoría de casos y concebido para su entrega a otro. Y lo mismo desde el punto de vista de los que serán padres permanentes: no es lo mismo adoptar al hijo de otro que entregar a otro la gestación de tu hijo.

No digamos ya hasta dónde puede llegar la incertidumbre y la discusión cuando se examina la posibilidad de que dos padres del mismo sexo conciban un hijo que sea el fruto genético de ambos: la reprogramación genética quizá permita hacer óvulos o espermatozoides a partir de células de la piel y eso significa que un miembro de la pareja aportaría el ADN del óvulo y el otro el del espermatozoide. El único umbral que separaría a dos padres masculinos sería, precisamente, el de la gestación.

Como habrás visto, mi exposición prescinde de los argumentos católicos, esa fe que a tu liberada manera también profesas. Hace mucho tiempo que el catolicismo se apartó de la discusión para inclinarse por el anatema. Y no acabo de comprenderlo. Al fin y al cabo todos estos meandros de la ciencia y de la vida sólo hacen que dar satisfacción al viejo axioma sin pecado concebida.

Pero sigue, ciega, tu camino.

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 01/05/16